Cuenta el profesor George Reid Andrews, en su estudio Afro-Latinoamérica, que en el tránsito de los siglos XIX y XX los gobiernos y las clases dirigentes en América Latina todavía seguían dando la espalda a la identidad negra de sus pueblos. Explica Reid que los políticos y los estratos más acomodados de las sociedades latinas declararon la guerra a toda manifestación cultural vinculada con el alma negra de América. En especial, a los bailes tradicionales y a las músicas que siglos atrás habían entrado en el nuevo mundo con los pasajeros forzosos de la esclavitud. Lo paradójico de este fenómeno es que también las clases medias negras latinoamericanas participaban en la marginación efectiva de las expresiones culturales propias de su raza. Pero la realidad de la calle se terminó por imponer en el continente del tango, palabra de origen africano, y en los países del palenque, otro término original negro africano. Semilla Negra va a romper hoy una regla no escrita: el programa musical del Blog África Vive no suena hoy a la habitual África cantada por africanos, sino a las huellas negras de África que se cantan en muchos lugares de América del Sur y el Caribe. Del oriente de Cuba a la costa atlántica de Colombia pasando por el gran Caribe mestizo.
La historia de los negros en América Latina abunda en episodios legendarios. Pero pocas historias reflejan bien el paso de la historia por el nuevo mundo como el poblado de San Basilio de Palenque, situado en la costa norte atlántica de Colombia. La localidad, cuya población no sobrepasa en la actualidad cuatro mil personas, fue fundada durante el siglo XVI por esclavos negros que habían logrado fugarse de la vecina Cartagena de Indias. Liderados por Benkos Biohó, un esclavo que había sido capturado en las costas de Guinea por un barco de traficantes portugueses y luego vendido a un comerciante español afincado en Cartagena de Indias en 1596, los pobladores de San Basilio de Palenque no se echaron atrás, continuaron con las reivindicaciones de libertad e hicieron frente a los intentos de control español. Benkos Biohó fue ejecutado, pero la revuelta dio fruto: en 1713 esta localidad del norte caribeño de Colombia fue declarada primer pueblo libre de América por decreto real firmado en Madrid por Felipe V.
Zonas aisladas como San Basilio de Palenque, que debido a singularidades de tipo geográfico y social han mantenido más o menos intactas algunas de las tradiciones sociales y culturales africanas (además de un idioma tradicional, el palenquero, mezcla de español antiguo e idiomas tribales africanos), aportan ahora pistas de la identidad criolla de la música del norte de Colombia. Estas características singulares del palenque fueron reconocidas por la Unesco como patrimonio oral e intangible de la humanidad.
[quote]Y la música, en San Basilio de Palenque, juega un rol primordial para comprender hasta qué punto la huella negra de África está presente en las manifestaciones culturales que sobreviven en la población negra de América Latina. [/quote]
Un ejemplo: en el himno municipal de Palenque se grita “¡África, África, África!” como señal de alegría por el triunfo de la causa independentista porque “Palenque fue fundado por Benkos Biohó, y el esclavo se liberó hasta que llegó a famoso. Contra los blancos luchó con todos sus cimarrones, y vencidos los españoles la libertad nos brindó”. En los últimos años, la música de San Basilio de Palenque y otras poblaciones negras de América han ganado presencia a nivel internacional con publicaciones que rescatan episodios memorables de los años 70 y 80 como el álbum de edición británica Palenque, palenque: Champeta criolla & afro-roots in Colombia.
Otro cuento legendario de la presencia africana en los países de Latinoamérica fue protagonizado por los garífuna, una tribu de origen africano que llegó al otro mundo por accidente. Según la versión más aceptada, dos barcos negreros de esclavos procedentes de Nigeria naufragaron en 1635 frente a las costas de la isla de San Vicente, donde los supervivientes se hicieron fuertes. Con el triunfo de los británicos en la conquista por las islas del Caribe, alrededor de cinco mil garífunas fueron deportados a Jamaica y, luego, a la costa de Honduras. Ya en siglos posteriores, la población garífuna (garínagu) se asentó en Belice, donde ha conservado buena parte de sus tradiciones culturales. Protagonista de este resurgir garífuna fue el cantante Andy Palacio, cuyo Colectivo Garífuna enseñó al mundo entero los ritmos del punta-rock, una música contemporánea que se inspira en los bailes tradicionales de los garífuna y que se canta en español e inglés, pero también en las lenguas de origen africano garífuna y arawakano. Entre 1990 y 2007, Andy Palacio y el Colectivo Garífuna llegaron a publicar cinco discos, entre ellos el notable Watina, seguido por su versión femenina. Andy Palacio falleció de muerte súbita en enero de 2008, tenía 47 años.
Otra esquina del cuadrilátero de la huella negra en América Latina se completa con la abundante cosecha musical en la mayor isla de las Antillas. En Cuba, donde algunos sitúan el origen de la presencia negra incluso en el primer viaje de Colón, está comprobado que el conquistador Diego Velázquez ya contaba con individuos africanos en sus viajes de expedición en 1510. Con la llegada de la potencia colonial española, el tráfico y la venta de esclavos se convirtió en un negocio para los nuevos colonos. En Santo Domingo, también en Haití y en la práctica totalidad de las grandes islas caribeñas, la presencia de esclavos de raza negra fue creciendo con los años y las necesidades de mano de obra a la fuerza. Siglos después, la huella negra africana en Cuba se mantiene en el son y otros ritmos musicales de origen campesino, pero también en algunas recetas de platos típicos, en ceremonias religiosas y manifestaciones tradicionales. En el ámbito musical, artistas como Arsenio Rodríguez, Celina González, Ignacio Piñeiro, Pello El Afrokán, Abelardo Barroso y Miguelito Cuní supieron plasmar el alma mestiza del folclor cubano. Con un alma mitad blanca, mitad negra.
Capítulo aparte merecería Brasil, el último gran eslabón de las huellas negras africanas en América Latina. País gigante en el que manifestaciones culturales de origen africano brillan cada día más y con más fuerza. Manifestaciones tradicionales que continúan presentes en las músicas y en las danzas típicas, pero también en la alimentación, en las ceremonias populares y en las fiestas. Ingredientes de una identidad mestiza que en Brasil hunde sus raíces desde la llegada de los primeros habitantes de raza negra durante el siglo XVI: esclavos capturados en África para servir a la fuerza a los colonos portugueses en la defensa del nuevo territorio de ataques de españoles, franceses y holandeses. En lo musical, además del sutil latido negro en estilos contemporáneos como la bossa nova y la samba, la huella africana en Brasil alcanza su mayor nivel de reconocimiento en ritmos afro-brasileños como maracatú, afoxé y capoeira, así como en todas las ceremonias religiosas del candomblé de origen africano.
Nuestra ruta musical por las raíces negras de América Latina arranca al norte de la costa colombiana con el disco Voodoo love inna champeta land, grabado en 2007 por la orquesta Colombiafrica junto a pioneros de la guitarra africana como Sekou Diabaté, fundador de la Bembeya Jazz de Guinea; el guitarrista de soukous congoleño Dally Kimoko; y el cantante del grupo Kékélé, Nyboma. Sin salir de Colombia, el veterano cantante Batata representa a la vieja escuela de los ritmos negros que perviven en el país sudamericano. Nacido como Paulino Salgado el 29 de mayo de 1927 en San Basilio de Palenque, Batata trabajó de pintor, agricultor, obrero, cobrador de transportes, albañil y hasta como tostador de café además de desarrollar una carrera musical que, solo al final, permitió el ingreso de dinero. Grabó una docena de discos y colaboró con leyendas de la música colombiana como Totó la Momposina, la cantante que García Márquez llevó a cantar en la entrega del premio Nobel de literatura. Otros representantes de los sonidos del palenque son Sikito, Estrellas del Caribe y Manuela Torres.
Desde Cuba, la voz sin par de Abelardo Barroso sitúa a este cantante de vida singular (fue boxeador juvenil, de ahí su voz nasal) en lo alto de la huella negra junto a compositores como Arsenio Rodríguez, Miguel Matamoros y Pello El Afrokán. Músico este último que llegó a desarrollar ritmo propio con el nombre de Mozambique. Celina González, la emperatriz del son campesino cubano, e Ibrahim Ferrer aportan otras dos canciones afrocubanas. En Perú, el alma negra del folclor popular tiene en Susana Baca a la portavoz más aventajada, aquí cantando un tema sobre la presencia negra en Brasil escrita por Caetano Veloso, mientras que el grupo Novalima abrillanta los estilos tradicionales con añadido de texturas electrónicas y ritmos bailables. Una fórmula híbrida entre la tradición y las nuevas tecnologías que músicos africanos llevan desarrollando desde hace varias décadas en las principales ciudades europeas. En Londres, el sello Real World editó hace cuatro años las sesiones denominadas Big blue ball, que Peter Gabriel había coordinado entre 1991 y 2007 con la participación de músicos occidentales como Billy Cobham, Sinead O´Connor y Vernon Reid junto al congoleño Papa Wemba, el guitarrista camerunés Francis Bebey, el cantante tanzano Hukwe Zawose, la cantante de raíces egipcias Natacha Atlas y el influyente percusionista francés de origen marfileño Manu Katché.
Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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