Es un comportamiento popular difícil de cuestionar: las músicas africanas están asociadas, al menos para el oyente occidental, al baile y a la fiesta. En Europa, principalmente en Francia y en el resto de países que tuvieron fuerte presencia colonial en el continente negro, los sonidos africanos se expandieron en clubes y salas de baile en las que esas músicas contagiosas cumplieron dos objetivos: dar visibilidad a las crecientes comunidades de expatriados africanos y, en fin, crear puntos de encuentro cultural y social en las ciudades de acogida. No está mal, pues, que las músicas de África se hayan convertido en una invitación a la alegría colectiva y, para los africanos, una celebración de la vida mar a través. Es una fotografía, queda dicho, incompleta, pero no por ello incorrecta. Y aquí, en un nuevo capítulo de Semilla Negra, intentaremos hoy pergeñar una banda sonora para aquellos usuarios del Blog África Vive que han pedido referencias para ambientar sus fiestas, para animar el baile con sabor africano.
Anotado el alcance inicial de las músicas africanas en audiencias de Europa y del resto del mundo, salimos de excursión por ritmos africanos poco habituales en las salas de baile occidentales. Artistas que, el mercado manda, quedaron esquinados en el olvido por la creciente publicación de músicos africanos de la época que nos ha tocado vivir. Porque si preguntamos al seguidor medio de las músicas de África, seguro que responderá con nombres de altura, indiscutibles, como Youssou N´Dour, Salif Keita, Khaled, Manu Dibango, Cesaria Évora, Fela Kuti, Cheikh Lô o Bonga. Más complicada sería la pregunta si optáramos por un listado de referencias bailables africanas que tuvieron su momento de gloria en las décadas precedentes, en el último medio siglo. Música no tan famosa.
Con intérpretes de enjundia como el guitarrista congoleño Franco o el cantante malí Boubacar Traoré, la espléndida orquesta guineana Bembeya Jazz National o la seminal Orchestra Poly-Rythmo de Cotonou: con ellos aprendimos a bailar África.
Y estos artistas, junto a muchos otros tampoco reconocibles para el mayoritario público occidental, habían aprendido antes de dónde vienen los bailes en África y cuáles son sus raíces sociales. Veamos un apunte histórico: desde el origen de los tiempos, en los pueblos africanos cada colectivo solía disponer de un maestro de ceremonias para dirigir los ritos populares. También el sonido de la percusión jugó un papel seminal en estas tradiciones: el tambor era encargado de marcar el ritmo, pero también de definir el estado de ánimo del colectivo. En el Museo Nacional del Arte Africano que existe en la ciudad norteamericana de Washington, se explica con esmero cómo estas tradiciones sonoras llegaron al otro lado del Atlántico con los contingentes de mano de obra esclava durante el infame tráfico negrero. Y en el nuevo mundo, las danzas africanas, originarias de grupos étnicos diferentes, se fusionaron con los estilos de la danza europea. Porque la importancia de la danza en la vida cotidiana de los africanos en su tierra natal provocó que muchos africanos que fueron esclavizados continuaran utilizando la danza para mantener sus tradiciones y conectarse con su acervo.
No fue casualidad que, un siglo después, la música y el baile protagonizaran buena parte de los festejos por la independencia de las colonias en la práctica totalidad del continente africano. En algunas ocasiones, los nuevos gobiernos fueron los impulsores de escenas culturales nacionales en el Congo, en Mali y en Senegal, por citar tres ejemplos más o menos cercanos. Un caso singular fue protagonizado por el conjunto guineano Bembeya Jazz, que después de su creación en 1961 se vio avalado por el nuevo presidente, Sekou Touré, para capitalizar la escena musical de la nueva nación independiente. Desde aquella fase histórica de creación de una propia conciencia cultural a partir de música y baile, Bembeya Jazz (a veces, Bembeya Jazz National) ha continuado hasta hoy su trayectoria discográfica bajo el mando del influyente guitarrista fundador Sekou Diabaté, alias Diamong Fingers. Precisamente con una canción de este conjunto de largo recorrido arranca esta excursión semanal por los ritmos de África. La canción Waraba encabezó un disco sencillo de dos temas editado en 1970 por el sello Syliphone. Ubicado en Guinea Conakry, Syliphone fue una de las disqueras más activas durante los años sesenta y setenta, como ya repasamos en el programa de Semilla Negra Cuatro sellos que hicieron época.
Junto a Bembeya Jazz, nuestra ruta por el baile africano incluye paradas en los repertorios de grupos e intérpretes bastante menos conocidos. En Zaire, actual República Democrática del Congo, la Orchestra Conga 68 (antes, Orchestra Conga Succés), liderada por el guitarrista Johnny Bokelo Isengo, compartió los escenarios con estrellas como el guitarrista Franco o el cantante Grand Kallé. Y en Benin, la Orchestra Poly-Rythmo de Cotonou se convirtió en la referencia de las nuevas músicas nacionales con una carrera extensa que llega hasta ahora. Peor suerte tuvieron proyectos como la orquesta African Fiesta, fundada en los primeros años 60 por dos músicos surgidos del conjunto liderado por la voz de Grand Kallé, el cantante Tabu Ley Rochereau y el guitarrista Nico Kasanda. En Nigeria, Fela Kuti se alió con su batería Tony Allen para redefinir los patrones rítmicos del highlife y hacer emerger la que quizá sea la música más poderosa del continente: el afrobeat. Similar protagonismo tuvo para las nuevas músicas de Senegal el tercero de los tres mosqueteros senegaleses, Thione Seck, autor vinculado a la eclosión de otro ritmo que hizo fortuna, el bailable mbalax. En el tramo final desembarcan dos representantes de los nuevos sonidos en África, el cantante congoleño de hip hop Baloji y la cantante franco-congoleña Asa.
Carlos Fuentes es el autor de Semilla Negra. Periodista y crítico musical, durante las últimas dos décadas ha publicado artículos, entrevistas y reportajes sobre las músicas africanas en periódicos nacionales y en revistas especializadas como Rockdelux o Serie B.
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