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Comprendiendo las músicas africanas (2ª parte)

Comprendiendo las músicas africanas (2ª parte)
Imagen: Rosemary Anieze desfiló por Lagos tras ser coronada como Miss Independencia el 28 de septiembre de 1960. Associated Press

Tania Adam

Periodista y productora cultural, especializada en diásporas y músicas africanas, fundadora de Radio África Magazine

En los años ochenta, las exigencias y efectos de las Políticas de Ajuste Estructural, los conflictos de gobernabilidad interna, los gobiernos absolutistas y la pobreza a la que se vieron sometidos muchos países marca el final de la época dorada de las nuevas naciones, desvaneciéndose una de las etapas más emocionantes de las músicas africanas.

Nacimiento y “muerte” de las naciones

A partir de los años cincuenta se inicia el curso hacia la emancipación política en casi todo el continente. Este hecho marca el nuevo rumbo en el futuro de la música, puesto que las músicas populares juegan un rol sumamente importante en la imaginación de las nuevas naciones. Entre 1955 y 1970 se produce una cultura popular que se desarrolla bajo una perspectiva antiimperialista y panafricanista, pero sobre todo africanista. Con las independencias como telón de fondo, nace una nueva nación y una nueva raza de africanos, almas sedientas de libertad y de utopías.

Los medios de difusión como la imprenta, la fotografía, el gramófono o la radio hacen llegar la cultura mediatizada afroamericana, que empieza a tener cada vez más peso a nivel mundial.

En esta época se enfila el nuevo destino de las músicas africanas, formateado, en parte, por políticos e intelectuales como Kwame Nkrumah (Ghana), Léopold Sédar Senghor (Senegal) o Modibo Keita (Mali) que deseaban “escenificar la nación” a través de las artes. Estos líderes, sobre todo, estaban interesados en recuperar la memoria y el orgullo nacional popular de sus poblaciones atravesadas por la esclavitud y la colonización. Por esta razón, muchos convierten a sus músicos en funcionarios del estado, dotándoles de los instrumentos y las estructuras necesarias para su desarrollo. Favorecieron el florecimiento de industrias musicales locales y regionales, en las que participaban los músicos, los sellos de música, los estudios de grabación, las salas de conciertos y los locales nocturnos donde muchas bandas tuvieron la oportunidad de desarrollar sus carreras. Durante esta época se produjo un apogeo de las orquestras africanas en las que participaron músicos como Salif Keita (Les Ambassadeurs International), Youssou N’Dour (Étoile de Dakar), Mori Kanté (Rail Band), Franco (OK Jazz), la Orchestra Baobab y muchas más. Este panorama también favoreció que prosperasen nuevos sonidos y estilos.

En este proceso de las independencias y de su consecuente africanización, los líderes de muchas bandas modificaron su repertorio para adaptarse a las melodías populares locales. En muchos casos, las guitarras eléctricas, los amplificadores, los saxofones y las baterías de las bandas eran propiedad de los propietarios de los hoteles y clubes, que contrataban a los músicos de la misma manera que a los camareros y cocineros, es decir, para tocar música bailable durante una jornada laboral.

En ese proceso muchas son las canciones y grupos icónicos que sonaban en las calles de muchas ciudades africanas. Este fue el caso de “Ghana Freedom Highlife” (un himno de libertad al ritmo del guajeo afrocubano del rey del highlife musical, E.T. Mensah, que invitaba a celebrar la primera independencia africana el año 1957) o el “Indépendance Cha Cha”, cantado por African Jazz en lingala, tshiluba y kikongo, con algunas palabras en francés, para celebrar la independencia del Congo belga, antiguo Zaire y actual República Democrática del Congo, bajo el liderazgo de Patrice Lumumba. Durante esta época no solo hubo canciones que celebraban las nuevas realidades, sino que muchas adquirieron un papel central como instrumento de radicalización, educación, comunicación y creación de relaciones.

La cotidianidad de las poblaciones se traslada a las canciones, la música highlife en Ghana, música jùjú nigeriana y canciones de protesta y resistencia en Mozambique, Zimbabue, Kenia y Sudáfrica marcan una nueva era de las músicas populares generando un fenómeno que muchos conocen como la edad de oro de las músicas africanas en países como República Democrática del Congo, Etiopía, Mali o Ghana, entre otros. Incluso dentro de las severas limitaciones del apartheid, que dio forma a los medios de comunicación sudafricanos hasta la década de 1990 cuando los creadores de programas de radio en lengua africana encontraron maneras de dar voz a las preocupaciones populares, como demuestra el drama radial zulú. En Zimbabue encontramos la música popular chimurenga, que transmite mensajes de protesta social y política a través de una amalgama de estilos populares y occidentales. Chimurenga, cuyo nombre en shona se traduce de diversas maneras (como “lucha colectiva”, “lucha”, “levantamiento” o “guerra de liberación”), jugó un papel clave al unir a las poblaciones rurales contra el Gobierno de la minoría blanca durante la lucha por la mayoría negra para gobernar en las décadas de 1960 y 1970.

Fueron muchos los estilos de música que surgieron durante las postindependencias. El legado musical que se conserva de esa época es fascinante. Sin embargo, la ilusión empieza a desvanecerse a partir de los años setenta, cuando aumentan las dificultades para construir naciones soberanas y dignas, pues muchos estados entraron en conflictos de diversa índole, muchos como consecuencia directa o indirecta de las injerencias de los antiguos estados colonizadores. Y también, como alegaba Frantz Fanon, por “la incapacidad de inventiva de las “burguesías nacionales”, deseosas de apoderarse de los privilegios y riquezas de los colonos, despreciando al “pueblo”, a veces con más violencia que los antiguos amos”. Fanon fue tan crítico con las élites africanas como con los colonizadores, ya que consideraba que alentaban a que los partidos nacionalistas se convirtiesen en regímenes dictatoriales, en ocasiones tribales y personalistas.

Así que, desde mediados de los años setenta, muchos estados africanos entran en una gran crisis. El aumento de los tipos de interés y la drástica caída de los precios de las materias primas agravaron los niveles de endeudamiento de los países. En los años ochenta, las exigencias y efectos de las Políticas de Ajuste Estructural, los conflictos de gobernabilidad interna, los gobiernos absolutistas y la pobreza a la que se vieron sometidos muchos países marca el final de la época dorada de las nuevas naciones, desvaneciéndose una de las etapas más emocionantes de las músicas africanas. Pero el énfasis en la democratización y en la privatización de los servicios públicos (como la educación, hospitales, agua, electricidad o la vivienda), cuyo fin último era que los estados pudieran devolver sus deudas, condujo a una reducción drástica de los niveles de vida y de las oportunidades de la mayoría de las poblaciones africanas.

En esos años, quizás los más duros, el continente apareció en el mapa mundial bajo la idea de incapacidad. Se reforzó la narrativa paternalista y racista acompañada de ideas colonialistas. La pobreza africana se fija en el imaginario occidental por una larga tradición de asimilación simbólica entre pobres y salvajes. En esos días, decían que el futuro no pertenecía al continente. África dejó de ser un continente pobre para convertirse en mísero, envuelto en guerras, genocidios, luchas tribales, hambrunas, dificultades para sostener sociedades, inmerso en deudas… Un sinfín de valoraciones negativas que eran aprovechadas por las ONG (privadas y gubernamentales), que necesitaban seguir promoviendo las desgracias con tal de mantener su propia supervivencia. Hechos como estos marcan la nueva deriva popular africana, que muchos leen en términos de incapacidad, sin atender la gran complejidad de las sociedades africanas y las fuertes injerencias extranjeras que eran de difícil digestión.

La música, como parte íntegra de la vida cotidiana, evoluciona a consecuencia de las nuevas realidades: poco a poco, la acción cultural se va desintegrando, muchas orquestas desaparecen y sus músicos se exilian a Europa. En el caso de los países “francófonos”, muchos se van a las capitales europeas, lo cual genera un nacimiento de nuevas escenas musicales en la diáspora. En el continente, la vida nocturna conocida en las últimas décadas se va apagando, los clubes de música se cierran o adquieren otras funciones como, por ejemplo, en el Congo, en el que uno de los clubes míticos de la época dorada, Vis-à-Vis, es transformado en una iglesia.

La revolución socialista, las utopías y la obsesión por la creación de una identidad nacional fueron sustituidas por la idea de supervivencia. El final de la Guerra Fría acaba por imponer el rumbo neoliberal de muchas economías africanas. El continente se ve asolado por la pandemia del sida. Estos episodios supusieron el fin de una época, pero surgieron otras y las músicas volvieron a mutar para resurgir en los nuevos contextos. Esta fue una prueba más de que la música africana es una forma de cultivar la vida. No es solo un negocio (si no, hubiera desaparecido), ni para complacer el oído o para expresar emociones; es para vivir.

Segunda parte de este artículo de Tania Adam, periodista y productora cultural, especializada en diásporas y músicas africanas, fundadora de Radio África Magazine. La tercera parte se publicará el 22 de junio de 2021.

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