La capacidad de influenciar percepciones y comportamientos ha determinado el éxito, o el fracaso, de campañas contra dolencias como el ébola y el VIH/Sida. Dependerá de las autoridades de la RDC y de sus socios internacionales garantizar que la comprensión y la acepta.
Los mitos, la falta de liderazgo político y una pésima campaña de información pública están lastrando la ofensiva contra la COVID-19 en la República Democrática del Congo (RDC), que atraviesa la tercera ola de la pandemia con uno de los mayores índices de reticencia a la vacuna de la región.
La COVID-19 no existe, dicen. La pandemia es cosa de blancos y asiáticos. La vacunación forma parte de un gran plan para esterilizar a los africanos, para exterminarlos y borrarlos de la faz de la tierra. O todo es un cuento de las autoridades para ganar dinero con pruebas, mascarillas y multas.
¿No ves que la vida diaria aquí no ha cambiado ni un ápice? Mira nuestro sistema de salud, fíjate en las aglomeraciones diarias en mercadillos, balsas y minibuses. ¡Si el virus existiese, los congoleños caeríamos como moscas!, razonan dos empleados de una ONG en Goma, la capital económica del este del país.
¿Y cómo sabéis que la vacunación responde a un plan para acabar con los africanos?, pregunta el extranjero. Lo hemos visto en las redes sociales, en los grupos de mensajería instantánea, en el templo de latón de la esquina donde un profeta [autoproclamado] anuncia el fin del mundo con un sistema de megafonía portátil. ¡No cabe duda!, concuerdan estudiantes de informática, vendedoras ambulantes de orugas fritas, meretrices y gerentes de hotel.
En Kisangani, una ciudad de 1,5 millones de habitantes a orillas del río Congo, la mayor parte de quienes acudieron a vacunarse este julio fueron residentes de origen asiático, confía un funcionario de la División Provincial de Salud: comerciantes indios, chinos y un puñado de congoleños que se ven obligados a volar al extranjero por negocios. La cosa no tira, dice.
La ciudad lanzó la campaña para inocular 1000 dosis el 2 de julio, pero a una semana de la fecha de caducidad, todavía quedaban unidades en las estanterías. Incluso personas que sí están dispuestas a vacunarse ignoran que, durante un par de semanas, fue posible hacerlo en Kisangani.
Campaña fallida
En marzo, la RDC obtuvo 1,7 millones de dosis de AstraZeneca de la iniciativa global COVAX, convirtiéndose en uno de los primeros países africanos en recibir la vacuna. UNICEF lo consideró un “paso histórico en la distribución equitativa de las vacunas de COVID-19 en el mundo”. Se trataba de una primera remesa del lote de 6 millones de dosis asignadas a la RDC.
Finalmente, solo llegaron a administrarse unas 87 900 dosis, lo que equivale a vacunar a un 0,1 % de la población de un país de más de 90 millones de habitantes. Los retrasos en el inicio de la campaña llevaron a la RDC a ceder el 75 por ciento de las dosis a otros países y las más de 300 000 unidades restantes caducaron.
El presidente de la RDC y de la Unión Africana, Félix Tshisekedi, había autorizado la campaña de inmunización. Sin embargo, admitió ante la prensa que él mismo no se había vacunado, después de haber visto informaciones [incorrectas] sobre la vacuna en la televisión y en las redes sociales.
Llegar donde llega el fútbol
Entre mitos y reticencias, la pandemia sigue avanzando. El 79 por ciento de las infecciones secuenciadas en la RDC son de la contagiosa variante delta, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). El país ha registrado 54 226 casos y 1057 muertes por COVID-19 hasta finales de agosto, aunque muchos escapan a las estadísticas.
La RDC ocupa dos tercios del tamaño de Europa occidental, pero sus carreteras asfaltadas solo suponen un 1,5 por ciento del total en España. Para ir de Kisangani, la capital provincial de la Tshopo, a pueblos del territorio de Basoko, hay que navegar por el río Congo durante dos o tres días en ‘balenière’, un improvisado barco de tablones de madera conocido por pegar fuego o partirse en dos a medio trayecto.
Luego toca montarse en una zozobrante canoa a remo, luego en un ‘moto taxi’ que hay que transportar entre cuatro personas cada vez que el sendero se ve interrumpido por una ciénaga. Los pasajeros sortean los cursos de agua hundiéndose hasta las rodillas en barro. Luego llueve a cántaros. Hay que resguardarse donde se puede.
Finalmente se llega al destino, un pueblo de casas de arcilla y ramas y techumbres de hoja. Aquí no hay geles hidroalcohólicos, ni mascarillas, ni presencia del Estado. No hay infraestructuras, agua corriente ni electricidad, pero alguien ha reunido el capital para comprar un generador, instalar una antena y suscribirse a un archiconocido canal de fútbol. Quienes puedan pagar, podrán ver ‘el clásico’ en pleno bosque tropical. La información sobre la COVID-19 no ha llegado, pero la Liga, sí.
La capacidad de influenciar percepciones y comportamientos ha determinado el éxito, o el fracaso, de campañas contra dolencias como el ébola y el VIH/Sida. Dependerá de las autoridades de la RDC y de sus socios internacionales garantizar que la comprensión y la aceptación acompañan –en todos los rincones del país— a las vacunas.