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La pandemia de covid-19 como oportunidad para mostrar la vitalidad de África

La pandemia de covid-19 como oportunidad para mostrar la vitalidad de África
Una vez más son los propios africanos los que han dado respuesta a los problemas que tienen que enfrentar a diario, demostrando, así, de nuevo, que la salvación de África nunca llegará de fuera. Imagen: Ewien van Bergeijk - Kwant en Unsplash
Una vez más son los propios africanos los que han dado respuesta a los problemas que tienen que enfrentar a diario, demostrando, así, de nuevo, que la salvación de África nunca llegará de fuera. Imagen: Ewien van Bergeijk - Kwant en Unsplash

Chema Caballero

Bloguero y cooperante

Una vez más son los propios africanos los que han dado respuesta a los problemas que tienen que enfrentar a diario, demostrando, así, de nuevo, que la salvación de África nunca llegará de fuera.

El gesto se repite de forma automática. Muchos de los viajeros se quitan la mascarilla nada más salir del aeropuerto. En los últimos meses, lo hacen incluso al bajar del avión, antes de pasar los controles sanitarios y de inmigración. Es más, en algunos lugares, el llevarla invita a ser sospechoso de portar el virus. Puede provocar rechazo social e incluso amonestaciones e insultos por la calle. Así están las cosas en la mayoría de los países de África.

Muchos africanos no ven la covid-19 como una amenaza directa que les pueda afectar. Son pocos, por no decir casi ninguno, los que toman medidas preventivas.

Todo esto tiene que ver con que en África la pandemia no ha supuesto, hasta ahora, una emergencia sanitaria, como ha sucedido en muchas otras regiones del mundo. Un hecho que parece haber desilusionado a bastantes expertos.

Cuando se declaró la pandemia en 2020, la mayoría de los analistas, organismos internacionales, como la Organización Mundial de la Salud (OMS), u ONG especulaban con que en África se vivirían escenas apocalípticas. Se preveían millones de infectados y muertos. Para ello se exhibían los escasos y tensionados sistemas de salud existentes en el continente. A esto se sumaba la financiación inadecuada en materia de atención médica, la escasez de recursos humanos y materiales y los desafíos que plantean enfermedades endémicas como el VIH, la tuberculosis o la malaria. Asimismo, la aglomeración y falta de servicios básicos en las ciudades o la imposibilidad de implementar cuarentenas, sin olvidar la dependencia de la ayuda humanitaria que, debido a la situación de emergencia que vivían los países occidentales, no iba a poder fluir o el cierre de fronteras.

Pero no fue así. Los casos de personas afectadas por la enfermedad han sido mucho más bajos que en el resto del mundo. Algunos expertos piensan que no es de esa manera, sino que se trata de un problema de recursos para el diagnóstico; es decir, que los países africanos no hayan realizado el número necesario de pruebas que ayuden a determinar la cifra exacta de infectados. Otras teorías que han intentado dar explicación a la baja incidencia de la covid-19 en África hablan de la juventud del continente (la mitad de su población tiene 18 años o menos). Otros apuntan al hecho de que existan muy pocos asilos de ancianos o a que gran parte de sus ciudadanos hace la vida al aire libre. Otros lo achacan a una posible mayor resistencia a las pandemias. Del mismo modo, se baraja la respuesta temprana, ya que la covid-19 llegó más tarde a África que a otras regiones y, para entonces, ya estaban cerradas las fronteras en Occidente. También hay algún experto que ha recurrido a la carencia de genes neandertales de la mayoría de los africanos. Un popurrí de especulaciones, ninguna corroborada en profundidad.

Sea lo que sea, lo cierto es que la pandemia en África no ha supuesto tanto una emergencia sanitaria como económica. Al amplio porcentaje de población que ya vivía bajo el umbral de la pobreza, y que el coronavirus ha agravado su situación, se incorporan ahora los nuevos pobres, que se contarán por millones.

En octubre de 2020, el Banco Mundial predijo que la pobreza extrema aumentaría por primera vez en 20 años en todo el mundo como resultado de las perturbaciones ocasionadas por la pandemia de la covid-19. Además, en África había que sumar las fuerzas de los conflictos y el cambio climático, que ya estaban desacelerando los avances en la reducción de la pobreza con anterioridad a la pandemia. Esto haría imposible alcanzar el sueño que los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecen para 2030.

África subsahariana ha sufrido con fuerza las consecuencias económicas de la pandemia: turismo y exportaciones se vieron muy afectados, por ejemplo. Por primera vez en 25 años, la región entró en recesión, lo que eliminó varias décadas de avances logrados con tanto esfuerzo en la reducción de la pobreza.

Las medidas para frenar la covid-19 tuvieron como consecuencia que bastantes trabajadores perdieran su medio de subsistencia, como es el caso de los empleados en el sector turístico. O que los amigos y familiares residentes fuera del continente que con sus remesas apoyaban muchas economías domésticas tuvieron, en bastantes casos, que interrumpir sus envíos. Cientos de familias fueron privadas, de la noche a la mañana, de unos ingresos muy importantes.

Los niños también experimentaron las consecuencias de la pandemia. En 2020, casi todos los países africanos cerraron las escuelas. Dado que en África solo el 17,8 % de la población tenía acceso a Internet en el hogar en 2019, la enseñanza en línea no siempre fue una opción. El hecho de que muchos niños hayan visto interrumpida su educación durante la pandemia seguirá teniendo un efecto una vez que esta termine.

La pérdida de empleo por parte de los progenitores y el cierre de las escuelas repercutió en un aumento del trabajo infantil, del reclutamiento de menores soldados, de los matrimonios infantiles (siempre son una fuente de ingresos para las familias de las chicas) o de embarazos juveniles, por ejemplo. Los cierres de colegios tuvieron un impacto mayor en los niños de estratos más pobres, que suelen depender más de los programas alimentarios escolares y tienen menos acceso a Internet.

Y, sin embargo, África, una vez más, nos ha sorprendido. Ante la falta de ayudas sociales o al desempleo, son muchos los africanos que han contemplado una oportunidad en la pandemia para hacer nuevos negocios. Geles desinfectantes caseros, mascarillas de wax o retales de colores son solo una muestra de ello.

La mal llamada economía informal, la que permite a cientos de familias salir adelante en tantas partes de África, ha seguido funcionando a pesar de la pandemia. Las mujeres han continuado vendiendo comida en sus puestos callejeros y los jóvenes, ofreciendo servicios y soluciones a los problemas del día a día. El cierre de las fronteras ha favorecido que los agricultores locales puedan vender sus productos sin tener que competir con las ayudas a la importación o las políticas de venta a pérdida de los países occidentales. De igual modo que tantos pequeños negocios y emprendimientos que a lo largo y ancho del continente favorecen que la sociedad funcione. Gracia a esta economía de vida, el desastre no ha sido tan fuerte como auguraban los expertos internacionales. Además, grupos de la sociedad civil y ONG locales se han organizado para paliar los efectos más graves de la pandemia ayudando a desempleados y a familias necesitadas o facilitando clases a niños que no podían acudir a la escuela, por citar solo algunos ejemplos.

El Banco Mundial ya empieza a dar las vueltas a las cifras económicas del continente visionando crecimiento donde antes veía hundimiento. Incluso habla de previsiones magníficas para países como Costa de Marfil o Kenia, aunque ya sabemos que los números de esa institución tienen poca repercusión en el día a día de los ciudadanos. No serán sus augurios y recomendaciones los que saquen a las mujeres y hombres de África de la situación a la que la pandemia les ha conducido.

Una vez más son los propios africanos los que han dado respuesta a los problemas que tienen que enfrentar a diario, demostrando, así, de nuevo, que la salvación de África nunca llegará de fuera.

Luego, apareció la variante ómicron y desató todas las alarmas. Y porque Sudáfrica fue la primera en detectarla (lo que no quiere decir que surgiera allí), se la castigó a ella y a sus vecinos como no se castigó a los países que descubrieron otras variantes con anterioridad. Es África, claro. Y a lo mejor esta vez la catástrofe se produce, auguran los expertos. De nuevo saltan las alarmas, África sufrirá enormemente. Mejor aislarnos de ella.

Mientras, las mujeres y hombres del continente volverán a reinventarse y buscar la forma de seguir adelante con sus vidas.

Artículo redactado por Chema Caballero.

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