Algunos de los estereotipos sobre la mujer han pasado a ser algo común en el relato sobre el clima y el desarrollo. Un ejemplo de ello es que se las representa o bien como “salvadoras” que protegen la naturaleza, o como “víctimas”, más vulnerables al impacto climático que los hombres y con menos capacidad para sobrellevarlo.
Estas formas de clasificar a la mujer como una cosa o la otra ignoran las dinámicas de poder y los factores estructurales que dan lugar a estos estereotipos.
Basándonos en décadas de investigación sobre cuestiones de género y medioambiente, empleamos datos del sur global para destapar suposiciones arraigadas. Destacamos la necesidad de un marco más amplio en cuestiones de género, cuidados y cambio climático. Esto garantizará que crear economías sostenibles no suponga reproducir las injusticias de género.
La mujer como salvadora
El concepto de la mujer como “salvadora” suele estar relacionado con su papel en los cuidados no remunerados y en su lucha por preservar los recursos naturales. Las mujeres y niñas no solo tienen la responsabilidad de un trabajo no remunerado esencial para la supervivencia y el cuidado intergeneracional de su comunidad, sino que cargan con mucho más.
La desigualdad, derivada de las normas patriarcales presentes desde hace tanto, genera a su vez desigualdad de oportunidades para ganarse la vida.
Es necesario evaluar cómo afectan estas desigualdades en los diferentes grupos sociales. Por ejemplo, las mujeres de clases más pudientes traspasan su rol asignado como cuidadora no remunerada a empleadas remuneradas (se hace esta distinción porque son normalmente mujeres) generalmente más pobres y socialmente marginadas. Esto permite que las mujeres con más recursos puedan tener un empleo más formal y mejor pagado. A ellas se las menciona con mucha menos frecuencia en el relato de “mujer salvadora” sobre el cambio climático.
Por el contrario, las mujeres de hogares marginalizados y de bajos ingresos no tienen otra opción que depender de su propio trabajo no remunerado para cuidar de sus familias. También realizan labores que requieren mucha mano de obra, como conseguir combustible y agua o mantener edificios sin comodidades modernas. Mantienen el bienestar familiar sin tener acceso a servicios públicos.
Tienen menos oportunidades laborales que sus familiares hombres, por lo que se ven obligadas a desarrollar actividades productivas de trabajo intensivo no remuneradas como la cría de ganado o el cultivo. Este trabajo casi nunca cuenta para las métricas del empleo formal. Que dependan más de los recursos naturales explica por qué estas mujeres tienen un papel más importante en su conservación, concediendo algo de credibilidad a la narrativa que las califica como “salvadoras”.
Sin embargo, la responsabilidad que tienen las mujeres con el trabajo no remunerado y los obstáculos a los que se enfrentan en la economía de mercado explican también por qué son ellas las encargadas de gran parte del trabajo en la agricultura industrial. Este sector, que se ha estado empleando en gran parte del mundo, depende de una gran cantidad de productos químicos y es una de las mayores causas de la destrucción del clima y del medioambiente.
En las cadenas de valor mundiales, las mujeres suelen ser trabajadoras asalariadas, ya que se les pagan sueldos menores. Si su propia producción es menos destructiva para el medioambiente que la de los hombres, es porque sus cultivos son más pequeños e intensivos, y tienen menos posibilidades de acceder a productos químicos.
Si nos distanciamos de estos ejemplos, podemos decir que las mujeres y las niñas del sur global tienen una huella de carbono menor que el resto del mundo porque los trabajos a los que suelen dedicarse se enfocan en la conservación del planeta, en lugar de en su destrucción.
Pero antes de calificarlas como “salvadoras”, es necesario cuestionarse si estos roles se dan por elección propia. ¿Las labores de cuidados y las acciones por el medioambiente que realizan las mujeres reflejan su voluntad, o se deben a los límites patriarcales y a las escasas oportunidades económicas?
Es esencial que se planteen este tipo de preguntas para que la transición hacia una economía sostenible incluya las cuestiones de desigualdad de género.
La mujer como víctima
El otro estereotipo más extendido es el de la mujer como “víctima”, más vulnerables ante el cambio climático y con menor capacidad de respuesta ante este.
De nuevo, esta visión se debe a una compresión parcial de su papel que deriva en una generalización sobre la mujer, e ignora las diferencias por género, clase social, identidad y localización. En un enfoque más matizado se descubre que no a todas las mujeres les afectan del mismo modo los impactos del cambio climático, ni todas están igual de indefensas.
El cambio climático puede tener diferentes efectos en la salud dependiendo del género, tanto por las diferencias fisiológicas como por las sociales.
Las investigaciones muestran que el aumento de las temperaturas y la contaminación están relacionadas con algunas complicaciones en el parto y en los bebés.
Los constructos sociales sobre los roles de género posicionan a la mujer en un lugar desventajoso de cara a fenómenos meteorológicos extremos. Por ejemplo, es menos probable que sean capaces de nadar o de escalar árboles como lo haría un hombre. Con el tsunami del Índico en 2004, el 70% de las personas que fallecieron eran mujeres, muchas de las cuáles estaban atrapadas junto a sus hijos en sus hogares.
Los roles de género también han puesto en riesgo la salud de las mujeres en tiempos “normales”. Un tercio de la población mundial cocina con combustibles contaminantes, y la mayoría son mujeres.
Otros aspectos de las responsabilidades divididas por género también influyen en la vulnerabilidad ante el clima. Por ejemplo, existen pruebas de que los hombres y mujeres pobres de áreas rurales se ven más afectados por la crisis climática, ya que intensifica su trabajo del cuidado de otros y dependen del medio natural.
Las responsabilidades de la mujer en los cuidados aumentan su vulnerabilidad ante el clima. Se ha constatado que pasan una hora diaria extra en el cuidado de familiares que padecen alguna enfermedad relacionada con el clima.
Esta demanda se ve intensificada por la destrucción de las infraestructuras sanitarias y de los sistemas de respuesta ante emergencias durante los desastres naturales. La escasez de recursos alarga sus trayectos para la recogida de agua y de leña.
La solución
Pero no es inevitable que tengan este papel de víctimas. Se puede impedir reconociendo los hechos que dan lugar a esta desigualdad y llevando a cabo acciones para cambiar dicho papel.
A pesar de los obstáculos a los que se enfrentan para ganar un sueldo decente y de su alta exposición a los riesgos derivados del clima, las mujeres siguen asumiendo la principal responsabilidad en el cuidado de sus familias. También lideran movimientos por la resistencia del medioambiente, como el movimiento Chipko en La India en 1974 y el Movimiento Cinturón Verde en Kenia en 1977.
En la actualidad, el activismo climático de las mujeres sigue creciendo. Siguen siendo las defensoras clave en la lucha por el clima y la justicia de género.
El trabajo de cuidados seguirá siendo necesario en una economía sostenible. Pero la pregunta se mantiene: ¿seguirá siendo responsabilidad de las mujeres y niñas? ¿O lograremos organizar la producción, la reproducción y los cuidados de forma que se adapten a la justicia climática, económica y de género?
Artículo de Naila Kabeer, Chung Ah Baek y Deepta Chopra. Publicado originalmente en inglés en The Conversation y traducido al español por Marina Rodríguez Romero para Casa África.