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La enseñanza de los ‘sinpapeles’ durante la pandemia

La enseñanza de los ‘sinpapeles’ durante la pandemia
Un manifestante por la regularización el pasado 26 de junio. Imagen: Salvador Carnicero
Un manifestante por la regularización el pasado 26 de junio. Imagen: Salvador Carnicero
Un manifestante por la regularización el pasado 26 de junio. Imagen: Salvador Carnicero
Un manifestante por la regularización el pasado 26 de junio. Imagen: Salvador Carnicero

Por Diana Moreno. El senegalés Amadou Seck, vecino de Lavapiés, define al barrio madrileño como el lugar con más policía de toda España. “La gente tiene miedo de salir. Es un miedo que está aquí, en el barrio. A veces tienes que ir al médico y no puedes, tienes miedo incluso a ir de compras”. Lo cuenta en una charla online que organizó Poder Migrante durante la cuarentena, donde habla también de las redadas racistas y la violencia de las fuerzas de seguridad, principalmente contra los manteros: “Hay gente a la que la policía le ha pegado, le ha roto los brazos”. Cuando los agentes requisan la mercancía a estos vendedores callejeros, las multas son inasumibles: 3.000, 4.000 euros. “Tengo un amigo con multas de 14.000 euros”, cuenta. Un castigo especialmente duro para gente que vive de forma tan precaria.

Ante esta perspectiva de discriminación y acoso sufrida por personas migrantes, racializadas, ‘sinpapeles’ o aquellas que suman todas estas características juntas, muchas de ellas llevan años uniéndose y creando asociaciones, sindicatos. Un ejemplo es el de las asociaciones africanas en España, que comenzaron a formarse a partir de los años 90 para acoger a los compatriotas recién llegados, ayudar en temas jurídicos y sanitarios, acompañar en la búsqueda de un proyecto de vida. Hoy están los sindicatos de manteros de ciudades como Madrid y Barcelona, o la cooperativa de trabajo Mbolo Moy Dole (“la unión hace la fuerza” en wolof), con sede en Lavapiés. Cuando Seck y otros compañeros la crearon, apenas eran 25 personas; hoy son más de 400. Manteros, lateros, vendedores callejeros, de nacionalidades diversas, españoles y migrantes, muchos en situación administrativa irregular, se ayudan con el idioma, las dudas, los problemas. Su caja de resistencia, alimentada a base de sus propios sueldos precarios y de lo que sacan de eventos, se reparte entre todos. A veces, cuenta Seck, hacen también un trabajo de psicología: “Sabemos que es duro, has dejado a tu familia y amigos allí, pensabas que la cosa iba a cambiar, y es diferente. Hay que seguir luchando sin parar, buscar apoyos por todos lados. Estamos haciendo una red de todas las asociaciones”. Muchos compañeros provienen de diferentes países de África: el espíritu africano comunitario, familiar, es algo que han traído consigo en sus maletas.

A menudo el imaginario colectivo asocia a la comunidad de origen africano, que representa el 2,4 % de la población en España, con la condición de ‘sinpapeles’, con las pateras, con la huida de la pobreza extrema. Resulta que es una percepción injusta: del total de personas que penetran en nuestras fronteras de forma irregular, menos del 10% son africanos, y de ellos, la mitad son marroquíes, según un reciente estudio sobre inmigración irregular. Es decir, que Canadá y Estados Unidos, por ejemplo, casi triplican en tasa de irregularidad la media del continente africano. Son unas cifras que nos rompen los esquemas construidos a base de noticias sensacionalistas y discursos políticos xenófobos. A pesar de ello, ese pequeño porcentaje de ‘sinpapeles’ enfrenta más obstáculos que el resto.

La cuarentena y la solidaridad en situación límite

La llegada de la cuarentena, de hecho, les hizo la vida mucho más difícil, principalmente a quienes viven del comercio callejero: “Una persona top-manta, sin papeles, tiene que quedarse en tu casa sin salir… ¿Dónde vas a conseguir la comida, a pagar tu alquiler, a pagar la luz? Imagínate”, dice Seck. Pero la semilla de la solidaridad ya estaba plantada de antes, de modo que la respuesta fue la ayuda mutua. En Lavapiés se puso en marcha el banco de alimentos y la caja de resistencia, a los que aportan lo que pueden los vecinos, las asociaciones senegalesa, paquistaní y de otras nacionalidades, “para que a la gente no le falte comida”. También han hecho mediación para aquellos que no han podido pagar el alquiler durante la cuarentena, y acompañado a quienes han tenido “miedo a salir a la calle”.

La pandemia, esa especie de tsunami invisible que de pronto nos ha arrastrado en masa, ha tenido la virtud de zarandearnos y colocarnos a cada uno en los zapatos del otro. Muchas personas se han visto viviendo al límite; el pánico inicial nos ha hecho, quizá, aproximarnos un poco a lo que siente una familia que tiene que huir de la guerra; el colapso sanitario de las primeras semanas nos ha acercado a comprender, qué terrible, lo que sería vivir en un país que no te ofrece cobertura sanitaria. Unas personas han reaccionado con unidad; otras, con odio.

Curiosamente, de aquellos que ya vivían al límite antes de la crisis sanitaria ha habido mucho más que aprender. Aquellos ‘sinpapeles’, migrantes o quienes arrastran una vida más difícil debido a su condición administrativa irregular han sido los que nos han dado, quizá sin proponérselo, la enseñanza más valiosa. En el momento de mayor caos y proliferación del discurso del odio, era un alivio observar los ejemplos de ayuda y cuidado mutuo que brotaban para campear la crisis dentro del barrio de Lavapiés: tiendas de ropa africana reconvertidas en almacenes de alimentos, el trabajo en red de la asociación de Bangladés, el bote antirracista del Sindicato de Maneros y la Red de Hondureñas… Y el ejemplo del barrio madrileño es extrapolable al resto de España, donde se han dado ejemplos incontables, destacando el apoyo a los temporeros, la solidaridad del pueblo gitano y entre mujeres migrantes o el hermoso ejemplo de los manteros de Barcelona, autoorganizados para convertir su taller en una fábrica de mascarillas.

Ahora, la pandemia puede ser una oportunidad para repensar el cambio necesario. La regularización de estas personas nos beneficiaría a todas: permitiría que todos aquellos que nos están dando un ejemplo tan valioso tengan más fácil culminar su proyecto de vida, seguir aportando a nuestras ciudades y nuestros barrios y continuar regalándonos sus enseñanzas.

Diana Moreno es periodista e ilustradora, forma parte de la Fundación porCausa de periodismo y ha trabajado en comunicación para ONG (UNICEF, Plan International, Red Española de Desarrollo Rural). Como periodista colabora con medios como Público, El Confidencial, El País, El Salto, OpenDemocracy y otros, especializándose en temas como movimientos sociales, migraciones, infancia o derechos humanos. En porCausa sigue la búsqueda de nuevas formas de comunicar que ayuden a combatir la ignorancia, la desigualdad y los extremismos. @_diana_moreno_

 

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