Por José Segura Clavell. Me decido a escribir, de nuevo, sobre las migraciones, fenómeno humano y social que ocurre en todo el continente africano y que trae consigo la salida a bordo de pateras o de cayucos, fundamentalmente desde puntos del litoral de Mauritania o de Senegal, de personas que arriesgan sus vidas y que, los más afortunados, arriban a nuestras aguas jurisdiccionales en el archipiélago canario y son objeto de ayuda y auxilio.
En un anterior artículo de opinión, que titulé “Todos fuimos migrantes”, pretendí relacionar nuestro pasado migratorio con la actual presencia en Canarias de muchas personas procedentes fundamentalmente del África subsahariana y que en realidad se enmarcan en un proceso global como el que nosotros habíamos vivido en España hace más de cincuenta años y que, indudablemente, sirvió para mejorar nuestro país.
Hoy me gustaría fijarme en una de las causas que están contribuyendo a hacer que nuestro mundo se transforme y que es motivación importante que provoca inseguridad, hambre y desplazamientos humanos en el continente africano: el cambio climático.
La evolución climática destaca entre los muchos motivos impulsores de las migraciones colectivas, convertida en una de esas amenazas transnacionales de la que no estamos libres en ningún punto de nuestro planeta y a la que debemos enfrentarnos todos juntos. África no escapa a la tendencia y de la misma manera que nosotros sufrimos nuevos fenómenos climáticos e intentamos mitigar los efectos derivados de los mismos, el continente también es consciente de la importancia de esta amenaza y sufre especialmente sus embates.
Debemos ser conscientes de que África es el continente menos electrificado (e industrializado) del mundo: en 2014, y con el 16 % de la población mundial, representaba menos del 6 % del consumo energético y del 3 % de las emisiones de gases de efecto invernadero mundiales. Sin embargo, el escaso impacto del continente vecino en la contaminación planetaria no va a la par con los efectos de esa contaminación: África es uno de los continentes con los que el cambio climático se ceba especialmente.
A finales del pasado año 2019, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), afirmaba que el cambio climático es uno de los principales factores que impulsa los movimientos migratorios a nivel mundial y también sabemos que África oriental y meridional, especialmente, se encuentran sufriendo condiciones climáticas progresivamente más adversas, imputables al calentamiento global.
Según destacó la OIM en su informe, el aumento de las sequías y las inundaciones extremas están reduciendo la producción agrícola y provocando, por tanto, desempleo, hambre e inseguridad alimentaria.
A la inversa, otra excepcional manifestación imputable al cambio climático en el continente africano se ha puesto de manifiesto con nuevas tormentas a las que hemos hecho referencia, desde Casa África, en diferentes ocasiones, como han sido los ciclones Idai y Kenneth, que azotaron a Mozambique, Zimbabue y Malaui en el primer trimestre del pasado año y provocaron el desplazamiento forzado de 130.000 personas solo en Mozambique. Concretamente, el Kenneth ha sido calificado como el ciclón más fuerte del que se tenga constancia en todo el continente. Las dos catástrofes naturales destruyeron cerca de 800.000 hectáreas de cultivo, lo que dejó a más de 1.500.000 personas en situación de inseguridad alimentaria.
Fenómenos similares se dieron en el África occidental y central. Sirva a modo de ejemplo que Níger sufrió 40.000 desplazamientos relacionados con desastres climáticos y Nigeria, 600.000, debido principalmente a las inundaciones. Además, a finales de 2018, la inseguridad alimentaria afectaba a más de 3 millones de personas en la cuenca del lago Chad, lo que contribuyó tanto a la migración como a la generación de conflictos regionales de diferente índole.
Un reciente informe de Unicef señala que los niños son los menos responsables del cambio climático, pero serán los que más sufran su impacto. Según los datos de este organismo, cerca de 160 millones de niños viven por todo el mundo en zonas de alta gravedad de sequía y 500 millones (casi un cuarto de la población infantil mundial) viven en zonas de alta incidencia de inundaciones. Se prevé que, para 2040, casi 600 millones de niños vivirán en zonas en las que el suministro de agua es difícil.
El África subsahariana alberga varios puntos críticos amenazados por el cambio climático, donde los fuertes efectos físicos y ecológicos de esta tendencia se amalgaman con una situación previa de pobreza y vulnerabilidad: el Sahel, con una crisis multidimensional que desde 2012 castiga a la población de Níger, Burkina Faso, Mali, Chad, Mauritania, Senegal y Gambia; la sequía del Cuerno de África de los diez últimos años; los ciclones del año pasado y este año; y el peor brote en décadas de enjambres de langostas en toda África oriental, que ya referencié en un escrito de opinión el pasado mes de julio que titulé “¡Ojo con las langostas!”, y cuyo impacto ha sido tremendo para las cosechas de diversos países de la región.
En la actualidad, más de 11 millones de personas están inmersos en preocupantes niveles de crisis o emergencia de inseguridad alimentaria en nueve países del África meridional debido a la intensificación de la sequía. Además de los riesgos de inundación en temporada de lluvias y en torno a las zonas costeras, del orden de 10 millones de niños viven en el entorno del lago Victoria, que también es propenso a las inundaciones. Unicef concluye que, y este es un dato impresionante, en África subsahariana se registran 86 millones de migrantes internos por motivos climáticos. Eso es casi dos veces la población de nuestro país.
Se sabe que la mayoría de las migraciones africanas se dan entre las fronteras del propio continente africano, pero un 20% de esas migraciones se desborda hacia otros territorios y solo una muy pequeña parte de ese 20% llega a nuestras costas.
Además de prestarles auxilio cuando arriban a nuestro archipiélago, considero fundamental que comprendamos el escenario del que huyen y, sobre todo, que los veamos como unas personas que, como nosotros, se enfrentan a un entorno cambiante, cada vez más hostil, ante el que una acción conjunta y concertada de todos y todas es perentoria.
José Segura Clavell es director general de Casa África y doctor en Ciencias Químicas. Catedrático de Termodinámica en la Escuela Oficial de Náutica de Tenerife y fue profesor titular de Física Aplicada en la Universidad de La Laguna.
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