La música, la economía, la política… Y el amor. Encuentro con el prolífico escritor senegalés, autor de Afrotopía y de la reciente colección de relatos Le Bouddhisme est né à Colobane (El budismo nació en Colobane).
Hijo de un soldado de la paz que ha pasado por destinos como el Líbano, Darfur o Ruanda, él también soñaba con una carrera militar. Con 52 años, Felwine Sarr lleva una vida de intelectual con obras importantes en su haber y también una vida de músico con varios álbumes producidos. El prolífico autor de Dahij, Méditations africaines, Habiter le monde y Afrotopía marca así una cierta ruptura con la imagen del intelectual «rata de biblioteca» que se autosecuestra en compañía de sus libros y se prohíbe toda fantasía. Relación con la música, pensamiento filosófico, restitución de los objetos de arte y rehabilitación de los saberes milenarios para un desarrollo real son sus preconizaciones para África.
Jeune Afrique: Normalmente se le presenta como la auténtica figura intelectual, pero usted tiene otra faceta: la de músico. ¿Cómo se puede ser poeta, escritor de novela, cantante de reggae y economista?
Felwine Sarr: El pensamiento no solo es racional. También puede ser sensible y plástico. Hay que cuestionar el mito del intelectual demasiado serio eternamente comprometido en una reflexión y que no se atrevería a desvelar la parte sensible de su ser porque sentir, reflexionar, argumentar y pensar son un mismo gesto, interdependientes. Aislar las diferentes capas de nuestro ser –la materia, el espíritu, el cuerpo y el pensamiento– nos impide mostrarnos en toda nuestra multiplicidad. Me he abstenido de llevar un único sombrero para no refrenarme. Esta actitud suscita a menudo sospechas o acusaciones de ilegitimidad. Uno de los secretos de la plenitud es desplegar todas sus alas sin temer consumirlas.
Tiene en su haber varios álbumes y la música está omnipresente en sus obras. ¿Qué representa ella para usted?
En la música existe un espacio de exploración de la sensibilidad del ser donde se intenta capturar lo perdido y lo fugaz. Cuando compongo melodías con la guitarra o el piano quiero tocar algo impalpable, inmaterial. La música me permite estar en relación con la parte sensible de los otros seres a partir de otro tipo de lenguaje: sin tener que recurrir a la erudición, nos permite acceder a todos los sentimientos que deseamos transmitir.
La música me es indispensable. Como dice uno de mis personajes en Les lieux qu’habitent mes rêves (Los lugares que habitan mis sueños), antes de la vida ella estaba presente; después de la vida, perdurará. En Le Bouddhisme est né à Colobane, publicado pocos meses antes del fallecimiento de Toumani Diabaté, le rindo homenaje en mi primer relato, titulado «Elyne Road», que es el título de una de las canciones de su álbum The Mandé Variations. Cuando elegimos inscribir en nuestro trabajo de escritor figuras de artistas como Toumani Diabaté, Wasis Diop o Cheikh Lö, es porque queremos dejar de ellos una traza perdurable en nuestra pequeña labor. Para mí ellos son presencias eternas.
Se le considera como un autor prolífico. En usted, ¿la inspiración nace de una situación, un instante, una mirada, un paisaje?
Los momentos de inspiración existen, pero no son los más importantes. Soy una persona que absorbe las cosas como una esponja: las experiencias que vivo, los libros que leo, lo que escucho y lo que oigo impregnan un rincón de mi pensamiento. Después, en un momento dado, todo aquello golpea las pareces de mi ser y se transforma en elementos que buscan reformularse. Percibo entonces, de forma orgánica, que han llegado a un estado de madurez y es en ese momento cuando me pongo a escribir.
En algunas ocasiones, las ideas me llegan al alba sin previo aviso. Cuando se hacen insistentes, las consigno en un cuaderno para que me dejen tranquilo y me prometo que más tarde volveré a ellas para sacarles el jugo. Reconozco varios estados: el estado poético y el estado circundado, en el que me encuentro rodeado de un mar de pensamientos. He aprendido a habitar estos estados, que son instantes propicios para la escritura. Es una experiencia íntima de la que no se habla.
¿A qué aspiran sus libros? ¿Están ligados por un hilo conductor desde el primero, Dahij, publicado en 2009, que es una invitación a un esfuerzo intenso para extraerse de uno mismo y osar aspirar a algo más vivificante?
Hay obsesiones, hilos conductores de los que no siempre soy consciente y que algunas veces identifica el lectorado. Lo más característico de mi trabajo es la búsqueda de la emancipación, la libertad, lo absoluto. En él se encuentra también una búsqueda de armonía interior, que va desde la búsqueda espiritual clásica hasta la búsqueda estética y artística, pasando por una inspiración hacia el perfeccionismo de la consciencia humana. Los temas de la relación, la ausencia, la amistad, la pérdida, el duelo y el amor atraviesan también mis escritos.
Durante mucho tiempo pensé que la literatura y el ensayo exploraban cada uno temáticas específicas. Un amigo me hizo ver que el deseo de que el continente africano recobre su propio poder y su propia luz, forje sus futuros y vuelva a ser el sujeto de su historia, tal y como expreso en Afrotopía, corresponde a la misma obsesión de libertad que se encuentra en Dahij, con el único matiz de que el destinatario de la primera obra es el grupo y el de la segunda, el individuo. Cuestiones que creía haber resuelto o evocado en otro lugar se reformulan de diferente modo a lo largo de mis libros. Como la araña que despliega su hilo central a partir del que teje su telaraña, yo tejo hilos primordiales en mis escritos.
Usted parece tener una visión bastante pesimista del amor, que parece acabar siempre mal en Le Bouddhisme est né à Colobane…
No se trata de una visión global del amor. Examino uno de sus aspectos, el del vínculo que se desmorona. Los autores de canciones o de novelas populares suelen reservar un final feliz a las historias de amor que cuentan. Yo insisto en el momento en que el amor traiciona sus promesas, se convierte en una ilusión egocéntrica y deja de escribirse con “A” mayúscula. Esta colección de relatos es un ir y venir entre un amor absoluto y un amor con “a” minúscula. Surge entonces implícitamente una oda al amor en todo su esplendor, que podemos alcanzar si aceptamos despejar del terreno las ilusiones. Casi sería necesario un relato apofático que cuente que el amor no es lo que pretende ser.
Esta colección de relatos sobre las ilusiones del amor trata también sobre la transformación de las cosas según la filosofía budista.
Efectivamente, este desmoronamiento del amor entra en resonancia con la finitud de todas las cosas. Estas se metamorfosean, evolucionan. El desafío, para nosotros los humanos en busca de estabilidad, es aceptar la impermanencia de las cosas: todo lo que llega acaba por irse. Estamos atrapados en la finitud de la vida humana y, por tanto, de los sentimientos humanos que cambian.
En sus obras aborda también la cuestión del duelo. ¿Cuál es su relación con la muerte?
Aprender a vivir es aceptar la finitud. La muerte es el momento que funda la existencia, un momento a la luz del que hay que mirar la vida, sin entrar en lo macabro. Cada vez que la muerte se invita en mi entorno, me paro y medito sobre lo precioso de las relaciones, la amistad, el amor, la relación filial, el tiempo que pasamos con nuestros hijos, nuestro cometido en la sociedad… ¿Perduran los vínculos más allá de la presencia física y fenomenológica de los individuos? ¿Prosigue el diálogo con las personas fallecidas más allá de la muerte?
Estas son, sin duda, cuestiones muy filosóficas. Su primera novela, Dahij, se presenta como una autobiografía poética, a la vez obra filosófica y espiritual. ¿Cómo nació su despertar a la filosofía?
Nació inicialmente de un cuestionamiento perpetuo frente al misterio de la existencia. Nació muy temprano, desde el instituto, alimentado por mi encuentro con grandes maestros de la literatura, la filosofía y la espiritualidad: Nietzsche, del que devoré la obra entera; Herman Hesse, al que considero como un filósofo; Pascal Quignard, de quien admiro su erudición; Senghor, Césaire y el gran poeta místico Djalal ad-Din Muhammad Rumi. Mi deseo de comprender ha encontrado en ellos principios de respuestas a mis interrogaciones sobre la existencia. Se han convertido en compañeros que frecuento cotidianamente y con los que mantengo un diálogo continuo desde hace muchos años. Mis búsquedas íntimas de libertad resuenan con lo que leo de ellos. El encuentro de los filósofos y la lectura de las obras literarias han sido también esenciales para mi despertar intelectual y filosófico. También están las otras bibliotecas: las conversaciones con personas con las que me encuentro, películas, músicas… También he tenido profesores que me han marcado mucho, como Pierre Claver Dione, que aún vive. Ya de adolescente tenía una gran aspiración a la espiritualidad, que nutrí con la lectura de grandes textos religiosos: textos taoístas, budistas, la mística musulmana y la cristiana. Constato con interés el lugar creciente que se le da a la filosofía y al pensamiento crítico africanos en las universidades americanas y en el espacio público intelectual global en general, pero me gustaría resaltar el importante trabajo que se realiza en el continente africano por parte de investigadores como el antropólogo Abdourahmane Seck, el sociólogo Youssou Mbargane Guissé y los filósofos Tanella Boni, Seloi Luste Boulbina o Bado Ndoye. Todas esas humanidades son parte de mi herencia intelectual.
Usted ha caminado con René Char en su intensa poesía. ¿Qué le seduce de él?
Su doble dimensión de poeta y resistente. A veces, los actos de ciertos autores están en desfase con aquello a lo que aspiran en sus escritos. René Char consigue poner ambos en coherencia, articular lo que dice y lo que hace. Durante la Segunda Guerra Mundial, asumió su responsabilidad, salió de la abstracción del libro y se unió a la resistencia. Para mí, hijo de militar con una verdadera pasión por el ejército, esa entrega añade credibilidad a su palabra. Me gustaron los escritos de Char, pero me encantó que estuviera a la altura de lo que soñó. Eso es algo muy poco común.
En usted, ¿cómo se articula este enfoque de coherencia?
Esta tentativa de coherencia se lee quizá en mi compromiso político. Como ciudadano y como intelectual, asumo mi responsabilidad en los temas que me hacen reflexionar.
¿Cuál sería el libro de referencia de Felwine Sarr, aquel que estamos obligados a citar si hemos estudiado su obra?
Muchos piensan en Afrotopía. Aunque me siento unido a este texto, no es el que pondría arriba del todo en mi pequeño panteón literario. Citaría más bien tres textos literarios: Les lieux qu’habitent mes rêves, Méditations africaines y Dahij. El primero es un texto de síntesis en el que realicé un esfuerzo de escritura, en el que habité los personajes y donde he integrado de forma más profunda todos los temas que me preocupan. Es una continuación de Dahij con una decena de años de intervalo y una maduración del relato. Los dos se leen juntos. Pero comprendo que Afrotopía llame la atención.
En Afrotopía, usted describe «una utopía activa que tiene por misión hacer emerger de la realidad africana los vastos espacios de lo posible y fecundarlos». ¿Qué quiere decir esto?
El continente africano es la cuna de la humanidad: la experiencia humana más larga ha tenido lugar aquí. Este continente cuenta con potencialidades, en sus sociedades y sus humanidades, para responder a los desafíos que se presentan y realizarse plenamente. Pero cuando se observa África con una perspectiva histórica corta, tendemos a identificar solo sus insuficiencias y faltas y pasamos por alto sus esplendores y riquezas. Guiados por una mirada afropesimista, nos negamos a ver lo inédito que intenta emerger y los espacios potenciales que se abren ante nuestros ojos. No se trata de negar la realidad, sino de mirarla en sus distintas dimensiones y ver que el continente busca concebir por sí mismo su parte luminosa. Por tanto, hay que observar esos espacios, fecundarlos y poner allí la energía.
¿A quién incumbe la responsabilidad de definir esos espacios? ¿A los políticos? ¿A la sociedad civil?
Los políticos tienen una gran parte de responsabilidad, puesto que se les da los medios políticos, intelectuales y financieros para hacerse cargo del Estado y organizar las condiciones de plenitud de la colectividad. Son esos responsables de las políticas públicas quienes deben identificar los espacios de actuación. Pero los distintos grupos sociales tienen un papel por desempeñar. Como ciudadano e investigador, compongo, junto con un grupo de investigadores, programas cuyo objetivo es experimentar formas de economía del bienestar a pequeña escala en los que se intenta poner en práctica algunas ideas que inervan Afrotopía.
¿Cuáles son los desafíos actuales para África?
En primer lugar, hay que definir las modalidades de su presencia en el mundo. África debe decidir sobre las orientaciones económicas, políticas, ecológicas y culturales prioritarias que desea adoptar. Esta cuestión de soberanía es fundamental porque, pese a las independencias, la mayoría de nuestras regiones se encuentran atrapadas en relaciones asimétricas, y un gran número de espacios de decisión no atañen a nuestra agentividad. Si bien es cierto que estamos en un mundo interdependiente, algunos son más dependientes que otros y tienen poca libertad de tomar decisiones societales convenientes para ellos. La capacidad de elegir entre varias opciones y de ser sujeto de su historia es uno de los desafíos más importantes y de él derivan todos los demás.
Hace también alusión a la reconquista de la autoestima
Lo conseguiremos reconstruyendo nuestras infraestructuras psíquicas, haciendo un trabajo sobre quiénes somos, nuestra historia, dando capacidades a nuestros ciudadanos que, a menudo vulnerabilizados, violentados y privados de educación y derechos, no pueden realizarse plenamente. La reconquista de la autoestima requiere un trabajo que permita dotarnos de los medios de desplegar plenamente nuestras potencialidades individuales y colectivas, brindarnos marcos de vida sanos, educación, seguridad, libertad, respecto y dignidad. Las economías políticas de la dignidad humana –que se despliegan en la educación, la sanidad, la economía y los derechos individuales– son una exigencia imperiosa y una urgencia para el continente africano.
¿Hace falta para ello implementar la sabiduría africana?
Es importante fundarse en los recursos culturales, intelectuales y cognitivos del continente, que son milenarios. Es también esencial realizar síntesis de lo mejor que el espíritu humano ha aportado al mundo –y somos actores de esta producción intelectual global–, rehabilitar nuestra sabiduría y articularla con la sabiduría que llega de otros lugares para sacar el mayor provecho de los recursos que la humanidad pone a nuestra disposición.
Para usted, ¿qué es África hoy? ¿Un continente que inicia una segunda etapa de existencia?
No lo creo así. ¿Qué periodo abarcaría esa segunda etapa? Nuestros debates actuales se inscriben en el ciclo de las independencias, es decir, en estos sesenta y cinco últimos años. Es bastante corto como horizonte temporal de análisis de un continente tan viejo y dotado de una sólida historia sobre la que habría mucho por decir. Si nos atenemos a estas seis últimas décadas, África afronta una tentativa de renacimiento, de reconquista de sus espacios y de abandono de múltiples formas de alienación.
¿Qué tipo de economista se es cuando también se es escritor, poeta y músico?
Cuando uno es escritor y se interesa por las humanidades, solo se puede ser un economista heterodoxo, es decir, un economista que piensa que esta disciplina es una ciencia en una intersección de humanidades y que se construye una ciencia en esa intersección. Creo también que la economía integra la sociología, la filosofía y la historia, y que el hecho económico es un hecho social absoluto que, por supuesto, podemos observar con las herramientas de la economía, pero que debemos considerar sobre todo con las de las humanidades como regla general y con las de las ciencias de lo viviente.
Ha impartido usted clase de Economía en su forma clásica durante muchos años. Desde entonces, usted afirma que las teorías del desarrollo no funcionan, especialmente en África. ¿Cómo sería una buena economía para el continente?
Sabemos desde hace varios años que las teorías del desarrollo no funcionan. La dificultad es que nos aferramos a ellas y rechazamos un cambio de visión radical, incluso sabiendo que el bienestar es una cosa y el desarrollo, otra, y que podemos construir para el continente economías que son al mismo tiempo economías del bienestar y economías de lo viviente, que tienen en cuenta a todo lo existente (animales, vegetales y plantas), integran las restricciones ecológicas en su gesto de producción y no son exclusivamente antropocéntricas.
¿En qué sentido sería interesante observar y tener en cuenta el saber hacer económico producido por las sociedades africanas?
El saber hacer económico existe en el continente desde hace mucho tiempo: las sociedades africanas no esperaron a los economistas para desarrollar habilidades respecto a la producción y a la regeneración de la vida, a su sostenibilidad, su mantenimiento y a todas las actividades requeridas para dar respuesta a las necesidades de unos y otros. Por supuesto, la economía mundial es un sistema particular que hay que comprender, pero hay todo un repertorio de sabiduría y de saber hacer absolutamente fundamental sobre los que deberíamos fundarnos. Hay universidades que intentan abrirse a esas formas plurales de sabiduría: En Saint-Louis, en la Facultad de Civilización, Religión, Arte y Comunicación (CRAC), los saberes endógenos producidos por la ciudadanía franquean el umbral de la institución; en Dakar, experimento con un grupo de investigadores «la pluriversidad africana de los saberes», donde intentamos reunir todos los saberes que provienen del continente y los hacemos dialogar con otras formas del saber.
Es usted coautor, junto con Bénédicte Savoy en Francia, de un informe sobre la restitución del patrimonio cultural africano. ¿En qué punto se encuentran? Bénédicte Savoy y yo estuvimos muy implicados durante los primeros años. Invitados por el presidente beninés, Patrice Talon, acompañamos incluso la repatriación de los tesoros reales de Abomey. Seguimos los debates en Alemania, Bélgica y Estados Unidos, y allí nos dedicamos a este tema: los dos primeros países adoptaron leyes para facilitar la restitución de las obras. Muchos museos comenzaron una reflexión sobre «las colecciones etnográficas». Varios países del África subsahariana realizaron solicitudes a Francia. Por desgracia, vista la radicalización de la política francesa, este periodo no me parece propicio para restituir esas obras. Veo claramente que se desvía la cuestión hacia el arrepentimiento en torno a desafíos históricos que una cierta derecha pone de relieve para no llevar a cabo un trabajo de justicia epistémica, histórica y memorial. Estamos en una época de ralentización. No obstante, sin querer formular hipótesis poco factibles, creo que el proceso de restitución a África de sus obras de arte no puede detenerse.
Entrevista realizada por CLARISSE JUOMPAN-YAKAM para Jeune Afrique: https://www.jeuneafrique.com/1610262/culture/felwine-sarr-malgre-les-independances-la-question-de-la-souverainete-africaine-demeure/
Traducción al español de Inmaculada Ortiz para Casa África.