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El club de una república que ya no existe

El club de una república que ya no existe
Desplazamiento de la población en el sudeste de Nigeria en 1968 durante el pico de la guerra de Biafra. Imagen: AP-PHOTO/RJS/STF/KURT STRUMPF
Desplazamiento de la población en el sudeste de Nigeria en 1968 durante el pico de la guerra de Biafra. Imagen: AP-PHOTO/RJS/STF/KURT STRUMPF
Jaume Portell Cano

Jaume Portell

Periodista

“La mayoría de miembros de mi generación, que nacieron antes de la independencia de Nigeria, recuerdan una época en la que las cosas eran muy diferentes. Nigeria fue una vez una tierra con grandes esperanzas y progresos, una nación con inmensos recursos a su disposición –recursos naturales, pero sobre todo, recursos humanos. Sin embargo, la guerra de Biafra cambió el curso de Nigeria. Bajo mi punto de vista, fue una experiencia catastrófica que cambió la historia de África”.

Chinua Achebe

Desplazamiento de la población en el sudeste de Nigeria en 1968 durante el pico de la guerra de Biafra. Imagen: AP-PHOTO/RJS/STF/KURT STRUMPF
Desplazamiento de la población en el sudeste de Nigeria en 1968 durante el pico de la guerra de Biafra. Imagen: AP-PHOTO/RJS/STF/KURT STRUMPF

Por Jaume Portell. Esta es la historia de dos desgarros. Cuando Chinua Achebe escribió “Things fall apart” (Todo se desmorona), la obra se consagró como el punto de referencia de millones de lectores. El libro, a través de la historia del protagonista Okonkwo y un pueblo igbo en la África precolonial, era una bofetada al discurso oficial de la época que consideraba que los africanos no tenían historia. En 2012, un año antes de morir, Achebe recordaba en su libro ‘There was a country’ la ilusión que despertaba la independencia de Nigeria entre sus colegas: numerosos nigerianos habían estudiado en las mejores universidades del mundo, y se habían consolidado como médicos, abogados, escritores y matemáticos de prestigio; ahora era la hora de construir su país. La esperanza duró poco por culpa de viejos problemas. Los ingleses habían utilizado el control indirecto durante el colonialismo: los jefes regionales rendían pleitesía a los colonos, pero el reparto de la administración provocaba rencillas entre los diferentes pueblos de Nigeria. Tal sistema de gobierno favoreció a los ingleses, y dejó cicatrices en las relaciones entre los tres grandes pueblos del nuevo país, los igbo en el sureste, los yoruba en el suroeste y los hausa en el norte.

“El resentimiento contra los igbo es tan antiguo como el país”, ironizaba Achebe, quien señalaba que la servidumbre religiosa (en el caso de los hausa musulmanes) y las jerarquías tradicionales (en el de los yorubas cristianos) había dejado a los igbo con un gran campo por recorrer: “sin miedo a dios ni a los hombres”, y con una gran dosis de individualismo y competitividad, los igbo copaban los puestos más importantes en los negocios, la política y la cultura. Rápidamente, el reparto del poder generó choques después de una independencia controlada por Londres. El golpe de estado de 1966 fue leído por los hausa como un movimiento para beneficiar a los igbo, y seguidamente empezaron las matanzas de igbos por todo el país. Un contragolpe llevó al poder a Yakubu Gowon, apoyado por los musulmanes del norte. Los igbo huyeron desde toda Nigeria hasta su región para salvar la vida, y tras unas negociaciones en pro de un estado federal en el que nadie creía, se produjo la ruptura. Un 30 de mayo de 1967, el gobernador Odumegwu Ojukwu proclamaba la república de Biafra.

Achebe y otros nacionalistas nigerianos –incluido el primer presidente nigeriano, Nnamdi Azikiwe-, apoyaron la nueva república. Si no habían visto satisfechos sus deseos en Nigeria, Biafra sería el país que habían imaginado durante años. Las dificultades y la propaganda de la nueva república contribuyeron a reforzar los lazos comunitarios entre los asediados igbo, pero Biafra solo fue reconocida por Tanzania, Costa de Marfil y Gabón. Aunque recibió armamento de Francia, París nunca llegó a reconocer oficialmente la independencia. En 1970, Nigeria ganó la guerra, y Chinua Achebe se autoexilió durante cinco años en Estados Unidos.

El ave fénix

Yakubu Gowon, con ánimo de reconstruir el país, dijo que el conflicto acabó ‘sin vencedores ni vencidos’. Pese al discurso conciliador, las reuniones entre igbos estaban prohibidas, al ser consideradas como un posible complot contra el estado. Fue entonces cuando apareció la excusa más inocente para burlar la ley: un balón de fútbol. Un estadio era un lugar neutral en el que miles de seguidores se podían concentrar sin despertar las sospechas de las autoridades. Jerry Enyeazu y Nwadiegwu habían sido comandantes en el ejército de Biafra, y habían dirigido la unidad Ranger; formada por mujeres y jóvenes, era la guerrilla encargada de recabar información, infiltrarse en líneas enemigas y destruir a sus adversarios. Ambos estuvieron entre los impulsores de un club de fútbol, el Enugu Rangers. Muerta Biafra, el fútbol se convirtió en un vehículo para mostrar de qué eran capaces los igbo, y un medio de reflejar y combatir la opresión del estado nigeriano sobre el terreno de juego. Con la guerra civil y los pogromos en la memoria, algunos de los mejores jugadores igbo –que habían combatido a favor de Biafra- se unieron rápidamente al nuevo club, que de esta manera reforzó todavía más los lazos con su comunidad.

El equipo tardó poco en conseguir trofeos. En las semifinales de la Amachree Cup, el Enugu Rangers se enfrentó al Lagos Garrison Organization (LGO), el equipo más poderoso del ejército nigeriano. Solo hacía unos meses del final de la guerra, y el duelo fue percibido por ambos equipos como una continuación del conflicto. Las heridas eran muy recientes: 1 millón de personas murieron de hambre como consecuencia del bloqueo de alimentos contra Biafra. Intelectuales nigerianos como Obafemi Awolowo apoyaron el plan con los siguientes argumentos:

“Todo está permitido en una guerra, y matarlos de hambre es una estrategia. No entiendo por qué tendríamos que alimentar a nuestros enemigos para que engorden y después nos combatan con más fuerza”

Los aficionados del Rangers, definitivamente, no tenían muchos motivos para recibir con aplausos al equipo del ejército de Nigeria.

El Lagos contaba con los mejores jugadores, y era prácticamente otra versión de la selección nigeriana de fútbol. El Rangers tenía pocas opciones, pero miles de Igbo fueron al estadio a apoyar a su equipo y presenciar en directo el último enfrentamiento con el ejército nigeriano. La tensión se tradujo en un partido con muchos golpes. Cuatro jugadores del Enugu tuvieron que ser atendidos por lesión, y uno de ellos, Dominic Nwobodo, acabó en el hospital tras un corte en la cabeza. El Enugu, un equipo sin recursos y creado de forma improvisada pocos meses antes, ganó. Más tarde, los Rangers se impusieron en la final para hacerse con la copa Amachtree, pero el partido más importante ya se había disputado en la semifinal. Los 70 y los 80 fueron los años dorados del club, que ganó seis ligas y seis copas de Nigeria. Los éxitos del Enugu, para sus seguidores, eran la demostración de lo que habría podido conseguir Biafra como país si hubiera conseguido la independencia. Las autoridades nigerianas boicotearon en algunas ocasiones al club, incluida la final de la Champions africana del 1975. La federación de fútbol obligó al Rangers a jugar en Lagos, lejos de su estadio y sus aficionados: cuando los jugadores llegaron a la capital, nadie les esperaba y ni siquiera tenían alojamiento. La derrota en la final reforzó el sentimiento de persecución entre los igbo. La caída del precio del petróleo, la pérdida del valor de la naira y los planes de ajuste estructural de los 80 empobrecieron considerablemente a Nigeria, y eso se tradujo en una pérdida de nivel de la liga local. Antes de la crisis, los mejores jugadores nigerianos competían por la Premier nigeriana y ni siquiera se planteaban ir al extranjero. Hoy, cualquier jugador que aspire a ganarse la vida tiene que salir del país cuanto antes, y los aficionados nigerianos prefieren ver cualquier partido de la Premier inglesa por la televisión antes que asistir a uno de la liga local. En la última convocatoria de la selección nigeriana, solo uno de los 24 convocados jugaba en Nigeria.

El declive de los clubes nigerianos coincidió con la decadencia del Enugu, que no ganó una liga durante tres décadas. En 2016, el equipo consiguió alzarse de nuevo con el título, y los orígenes combativos del Rangers volvieron a aparecer de nuevo. Ante un estadio lleno para la ocasión y con la liga ganada, dos jóvenes aprovecharon el júbilo general para saltar al césped y  mostrar una bandera de Biafra. Los encargados de seguridad empezaron a perseguirlos para arrancársela de las manos y la reacción del estadio fue inmediata: silbar a los policías, que no tuvieron más remedio que dejar que marcharan. Un proverbio igbo resume la filosofía de un pueblo difícil de controlar, primero por los colonizadores ingleses y luego por el estado nigeriano: Igbo enwe Eze ,“Los igbos no tienen rey”.

Jaume Portell es periodista especializado en economía y relaciones internacionales, muy vinculado al continente africano. Ha trabajado para varios medios de comunicación nacionales y colabora con Mundo Negro.

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