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El viaje de Fatou

El viaje de Fatou
La sede de Casa África se queda pequeña para el Club de Lectura. Por eso decidimos ir a Senegal y Gambia.
La sede de Casa África se queda pequeña para el Club de Lectura. Por eso decidimos ir a Senegal y Gambia.
angelesjurado_2016

Ángeles Jurado

Periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África
La sede de Casa África se queda pequeña para el Club de Lectura. Por eso decidimos ir a Senegal y Gambia.
La sede de Casa África se queda pequeña para el Club de Lectura. Por eso decidimos ir a Senegal y Gambia.

Por Ángeles Jurado. Nos fuimos diecinueve y volvimos los mismos, enteros y sanos. Aunque, en realidad y para ser sinceros, no somos los mismos. Ni volveremos a serlo, imagino.

Personalmente, lo achaco a que se nos quedó un ejército de baobabs y huellas de hiena trabado en las retinas. En mi caso particular, la satisfacción a las ganas atrasadas de hundir los pies en una marea baja minada de berberechos, ostras y caracolas inmensas. Sufrimos otras secuelas: la canción de Fatou no nos abandona desde que regresamos, siempre presta a tomarnos los labios por asalto, entre lavadoras masivas, la revisión de los correos electrónicos y la desganada organización de los libros del colegio. De repente, nos sorprendemos tarareándola frente al ordenador o en la ducha y echando de menos el bramido de la guagua que nos espera, los gritos de pájaros desconocidos, el rugir del mar en el horizonte, hasta la furia repentina de una tormenta.

Quizás no lo sepa, pero la canción de Fatou es una melodía infantil tradicional senegalesa. Nos acompañó durante esta primera semana de septiembre, a la sombra de dos djembés y en las voces de Tish Senghor y Fréderic Thiam, desde Banyul hasta Dakar. Canarias Viaja y Ecotours Senegal fueron los responsables de un viaje mágico que nos llevó hasta Senegambia y nos devolvió a Canarias, sanos y salvos, cargados de regalos y recuerdos y con graves síntomas de nostalgia.

Entre los diecinueve se repartieron poco más que unas picaduras de mosquito, dos o tres cardenales, alguna diarrea y leves quemaduras solares. Pero esto apenas hace contrapeso en balance positivo del viaje. En plena temporada de lluvias, apenas nos gozamos dos tormentas tropicales, de esas cálidas y violentas, que encharcan el suelo y abrillantan los cielos como si los enceraran. Caminos de tierra y de agua se nos abrieron entre ferris, piraguas, carromatos y guaguas. Hizo calor, pero es difícil discernir si era más fuerte el del sol quemón de finales de verano o el de la gente que nos acogió y que nos mostró un pedacito de su tierra.

Nos fuimos diecinueve, repito. Club de Lectura de Casa África, amigos, familiares y cuatro niños. Ellos, los niños, volvieron enteros y sanos también, con las muñecas pesadas de pulseras de abalorios y un álbum borroso guardado en la memoria del móvil: los bebés babuinos del bosque sagrado de Makasutu, el ferry en el que cruzamos el río Gambia, un chapuzón inesperado en el manglar de Keur Bamboung, un varano cruzando un camino de arena, el turquesa sucio de la piscina de Palmarin, la quemazón de las aguas del Lago Rosa, el meneo de pinzas de los cangrejos violinistas en la playa de Joal. Subieron a las palmeras de Makasutu para emular a los cosechadores de vino de palma. Pintaron con arena y especias en la isla de Gorée. Buscaron conchas vacías en la orilla sucia de Tandji. Jugaron al fútbol con niños desconocidos en una esquina del camino. Niños desconocidos que les regalaron dalasis plateados y más conchas, mientras que los niños viajeros atesoraban palos, figuras de madera y caracolas en sus maletas.

Los diecinueve abandonamos un Dakar inundado a medias demasiado pronto, con ganas de recorrerlo con más calma. Ya planeábamos volver desde la guagua que nos trasladaba al aeropuerto y paladeábamos nombres como Casamance o Saint Louis, casi con lujuria.

Una de las última reuniones del Club de Lectura, que contó con la presencia del autor togolés Sami Tchak
Una de las última reuniones del Club de Lectura, que contó con la presencia del autor togolés Sami Tchak

El Club de Lectura de Casa África está formado por chimamanders, borisdiopers y bugulers. Es un orgullo ser parte de un club tan selecto, con criterio y alma. Se reúne cada mes y medio alrededor de un libro sobre un tema africano o de autoría africana. No se contenta con leer y comentar lecturas: también aprende las artes del cuscús de Antonio Lozano o inunda, como marea de langostas, ferias y festivales, persiguiendo ora a un tímido Sami Tchak o a una sofisticada Léonora Miano. Siempre con el mismo fervor fascinado. La sede de Casa África ya se nos queda pequeña y por eso nos derramamos por playas, casas particulares y terrazas. Hace dos años, al menos, que el Club de Lectura de Casa África expresó su deseo de pisar tierra africana en comuna y por fin, este septiembre, se ha cumplido ese sueño. Es un club abierto y hospitalario, sobre todo en femenino, lleno de inquietudes, curiosidad, pasión por la vida. Hasta llegar a la Senegambia, tenía bien claro que el libro es un billete que te transporta a otros mundos. Pero también, a veces, que los libros se nos quedan pequeños para contener la vida.

Por eso nos fuimos diecinueve y volvimos los mismos, enteros y sanos. Aunque, en realidad y para ser sinceros, no somos los mismos. Ni volveremos a serlo.

Ángeles Jurado es periodista y forma parte del equipo de Medios de Comunicación de Casa África. Además, es la coordinadora del Club de Lectura de Casa África. 

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