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Mirar el mundo a través de los ojos de Teju Cole

Mirar el mundo a través de los ojos de Teju Cole
Nacido en Michigan en 1975, Teju Cole creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos (Imagen: Martin Lengemann)
Nacido en Michigan en 1975, Teju Cole creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos (Imagen: Martin Lengemann)
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Ángeles Jurado

Periodista, parte del equipo de comunicación de Casa África
Nacido en Michigan en 1975, Teju Cole creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos (Imagen: Martin Lengemann)
Nacido en Michigan en 1975, Teju Cole creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos (Imagen: Martin Lengemann)

Es saber que transita con su cámara por los alrededores del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona y sentir que las piernas del alma se le ponen a una en marcha en dirección a sus inmediaciones, traspasando a zancadas imaginarias 3.000 kilómetros de nubes, mares y desiertos. Teju Cole (Kalamazoo, Michigan, 1975) regresa a España cinco años después de su primera visita a nuestro país y lo hace reincidiendo en Barcelona, como parte del menú de exquisiteces con las que el CCCB celebra Sant Jordi en este mes de los libros. El centro propuso disfrutarlo en un diálogo con uno de los grandes de las letras contemporáneas en español, Enrique Vila-Matas. Se habló de literatura, de creación, de política, del mundo. Cole subyugó con su inglés reposado y llano, las gafas de pasta negra encuadrándole una mirada reflexiva y  la certera sospecha de que ponía todos los sentidos en observar en torno a sí mismo y fabular futuras creaciones.  «Disfruto mucho al estar de nuevo en la ciudad»,  afirmó en una posterior entrevista telefónica, todavía en la capital barcelonesa y con rastros de sueño y catarro velándole la voz aplazada. «Porque pienso, naturalmente, en el trabajo que voy a presentar pero también en lo que escribiré en el futuro. Estoy observando. Y, por supuesto, siempre llevo mi cámara y tomo imágenes».

Cuando Teju Cole aterrizó en Barcelona la primera vez, en 2012, levitaba casi sobre un sunami de alabanzas emocionadas, con el mundo editorial en pleno éxtasis, rendido a sus pies. Apenas un año antes firmó una novela hipnótica, sutil y densa, cargada de referencias artísticas, de sentimientos profundos y complejos, de historia y sobre todo, de su mirada. Ciudad abierta, esa primera y aclamada novela, fue galardonada con el Premio PEN/Hemingway, el New York City Book Award for Fiction y el Premio Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters. Narraba la historia de Julius, un joven psiquiatra nigeriano residente en un hospital neoyorquino. El texto era un puro deambular por las calles de Nueva York, donde Teju Cole vive hoy. Estadounidense, de padres nigerianos, Cole creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos. Es escritor, fotógrafo e historiador del arte, con tres títulos acreditados en este último campo. Debutó en 2007 con la nouvelle Cada día es del ladrón. Escribe ensayos, columnas sobre fotografía y «micropsias», alternando las historias que se desperezan, con vocación de fluir morosamente hasta el infinito y más allá, con breverías disfrazadas casi de disparo.  Dividida entre larga distancia y tuit, su alma también navega entre Nigeria y Estados Unidos, manchada de las dos tierras y protegida, a veces, con igual equidistancia frente a ambas realidades. Aunque también resulte herida y estupefacta, por partida doble, en otras ocasiones.

«Nigeria es como una casa que se ha construido poco a poco, mejorando con el tiempo», dice y a través de la línea telefónica, suena el contrapunto de un claxon a lo lejos. «Quizás el techo tiene alguna gotera. Nos decepciona, no se arregla del todo. Ponemos tres ladrillos y alguien quita uno: es muy frustrante. Pero, para mí, Estados Unidos es ahora una hermosa casa, ya terminada, a la que alguien ha prendido fuego. Creo que Nigeria está mejorando, aunque la situación sea dura. Pero estamos construyendo para el futuro, mientras que Estados Unidos está destruyendo el suyo. Obviamente por su nuevo presidente y la gente que le apoya». Cole opina que el mundo es imperfecto, que no está terminado y que las sociedades se mueven continuamente y a toda velocidad. Por tanto, filosofa, hay espacio para la evolución y también para la catástrofe fulminante: «No podemos ser muy arrogantes y decir todo está solucionado, porque siempre existe la posibilidad de nuevos problemas que surjan», advierte.

Algunas de las últimas fotografías publicadas por Teju Cole en su cuenta de Instagram
Algunas de las últimas fotografías publicadas por Teju Cole en su cuenta de Instagram

En su visita anterior, Cole escribía sus #smallfates en Twitter, donde triunfaba con su ironía algo sombría. Ahora está algo más desencantado de la red de los 140 caracteres, en la que antes disfrutaba la conversación global, la poesía inesperada y las ocurrencias y que hoy le satura con su lado más oscuro, sus argumentaciones sin final, su ruido.

Hay, sin embargo, otras cosas que no cambian: también en su visita anterior, Cole se perdió por El Raval armado con su cámara y en esta ocasión, también colgó en la Red un puñado de imágenes poéticas y sutiles. Su red social favorita es ahora Instagram, parte de un experimento creativo permanente que relaciona pensamiento, luz, historia y letra.  «Me gustan los medios sociales por la manera en que, de forma no mediada, puedes llegar a una audiencia», defiende. «En Instagram, hay un tipo de comunicación diferente. Puedo elegir qué clase de pensamiento es posible con imágenes. Si subes una foto, después otra y después otra, alguien puede empezar a entender la manera en que tu ojo mira y ve el mundo. Así que, por ejemplo, de este viaje a Barcelona he subido unas cinco fotos. Y para mí, esas fotos van de la luz  y de una mirada muy sutil, casi como desde la esquina del ojo, de cosas que te sorprenden, no de manera extremadamente dramática, pero con un poquito de misterio. Así que, si pongo esas imágenes, puedes averiguar cuál es su sentido o puedes hablar de la experiencia de verlas».

Cole es un intelectual atípico. Algo irreverente. «¿Por qué hay que leer?» parece la pregunta obligada para el mes que corre, pero él muestra cierta reluctancia a las respuestas fáciles y sin matices. «Leer podría ser positivo o no, ¿verdad?», razona. «Los libros, por sí mismos, son solo un medio. Mi lucha, de Adolf Hitler, es un libro también», y ríe con una risa joven que desmorona un poquito la fachada de asceta, de observador, de intelectual. «Pero sabemos que si ponemos una explicación seria de asuntos actuales, de interacciones entre personas y de historia en un libro,  tiene la posibilidad de sobrevivir», continúa. «Y si tiene la posibilidad de sobrevivir, tiene la posibilidad de ayudarnos. No para solucionar problemas, pero sí para que no nos sintamos tan solos, en cierta manera. Esa es una de las funciones del libro: nos provee con consuelo y compañía. Eso es lo importante para mí, aunque creo también que es una visión muy personal. Las películas pueden ser geniales. La televisión, si es buena televisión, puede ser genial. Los libros son solo otra manera de distribuir pensamiento y narrativa. Supongo que puede sorprenderte pero, como escritor, no pienso que los libros sean lo más importante del mundo. Creo que depende de lo que intentes decir con ellos».

Cole alterna varias lecturas en este momento: Dublinesca, de Vila-Matas, y Ravel, de Jean Echenoz («incluso si piensas que no te interesa la música clásica, es tan hermoso y delicado y perfectamente hecho, es algo maravilloso»). También recomienda siempre las páginas de Jazz, una novela de Toni Morrison.

Dice que su trabajo como creador es una especie de testimonio de lo que es el mundo y de cómo lo vive: es ejercer de testigo. «Creo que todo tiene que empezar, primero que nada, con la observación», subraya. «Creo que eso es lo que mis imágenes y mi escritura tienen en común: que para empezar necesito observar. Me gusta describir el mundo. Quiero observarlo de cerca y que cualquiera que vea mi trabajo lo vea a través de mis ojos. No quiero sonar como cualquier otro, quiero sonar como yo mismo. Viajo habitualmente solo, así que también está la experiencia de la soledad, que lleva a un tipo especial de observación. Si eres un viajero solitario, verás el mundo de una manera diferente a si paseas por la calle con un amigo».

Las piernas imaginarias del alma se clavan en el territorio de una entrevista telefónica, fabulando sobre la habitación de hotel de Teju Cole, su cámara sobre la colcha, su ventana al tráfico de Barcelona. Son unas piernas que no han transitado por las frases de Vila-Matas, pero sí lo han hecho por los recovecos de Manhattan o Lagos, siguiéndole. Unas piernas imaginarias que regresan sobre nubes, olas y dunas hasta Canarias, cuando se corta la comunicación por tercera vez consecutiva, con el acuerdo de continuarla por email si la tecnología se nos pone en contra. Unas piernas que se van por las esquinas de la mirada y de las fotos y de los haikus, esperando la próxima visita de Teju Cole a Barcelona.

Ángeles Jurado es periodista y forma parte del equipo de Medios de Comunicación de Casa África.

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