En ocho días empieza en Glasgow (Escocia) la nueva Conferencia de las Partes sobre el cambio climático, un evento en que el mundo se juega muchísimo y que requiere de consensos y soluciones valientes para frenar el progresivo calentamiento. África, el continente que más sufre los efectos del cambio climático, acude a la cita sabiendo que es el que menos contamina.
Falta poco más de una semana para el arranque de la esperada COP-26, la llamada Conferencia de las Partes sobre el Cambio Climático en la que, bajo el auspicio de Naciones Unidas, los países se comprometen a qué las medidas que adoptar conjuntamente para paliar el calentamiento global y tratar de frenar, en la medida de lo posible, el grave impacto que ya está causando el cambio climático por todo el globo terráqueo.
Serán 12 días, entre el 1 y el 12 de noviembre, en un encuentro que reunirá en Glasgow (Escocia) a más de 25 000 personas. Si bien ya se dan por hechas algunas ausencias relevantes (los presidentes chino y ruso, por ejemplo, no viajarán), sí se espera la presencia del presidente estadounidense, Joe Biden, de la Comisión Europea al más alto nivel y de buena parte de los presidentes europeos, del presidente de la India o de diversos presidentes africanos, entre ellos el actual presidente de turno de la Unión Africana, el congoleño Felix Tshisekedi, o de los presidentes de Ghana o Nigeria, entre otros.
La cita es, en mi opinión, la COP más importante de los últimos años. Pese a que la COP-25 fue en Madrid, quizás no había habido una cita tan necesaria desde la COP-21 (2015), que culminó con el Acuerdo de París para la reducción de las emisiones contaminantes. El objetivo de este acuerdo, recordemos, fue el de evitar el escenario crítico del aumento en 2 grados de la temperatura media del planeta, ajustando las emisiones de cada país y estableciendo sanciones si se superaban para limitar ese calentamiento a 1,5 grados en estos próximos decenios. Fue suscrito por 196 países.
Hoy, cinco años después, el escenario no es nada halagüeño. Que los efectos del calentamiento global son cada vez más evidentes y notorios, no hay ninguna duda sobre eso. La situación, y eso hay que dejarlo bien claro, es crítica.
Un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial plantea el escenario de forma muy clara:
a) las emisiones de gases de efecto invernadero siguen subiendo hasta cifras récord,
b) las emisiones de CO2 han vuelto al escandaloso ritmo que tenían antes de la pandemia,
c) el incremento del nivel del mar se ha acelerado, y con ello la amenaza directa a muchas vidas y modos de vida en las costas de los lugares más perjudicados,
d) los episodios de calor extremo, lluvias torrenciales e inundaciones son cada vez más habituales por esta causa,
e) hay ya un 40 % de posibilidades de que el año 2025 sea ya de media 1,5 grados centígrados más cálido que la época preindustrial, cumpliéndose pues la cifra que el Acuerdo de París quería consolidar durante este siglo y que, de seguir así, aumentará hasta la cifra fatal de los 2 grados, y
f) la pandemia de la Covid-19 ha aumentado fuertemente las amenazas a la salud vinculadas a la escasa calidad del aire, los incendios forestales o las olas de calor.
Todo ello nos sitúa en un escenario que provoca cambios en el sistema climático que no tienen precedentes En los últimos… ¡1000 años!, según esta organización de Naciones Unidas. Por ello, no creo exagerar cuando digo que esta nueva Conferencia sobre el cambio climático es de extrema importancia para todo el planeta, y más teniendo en cuenta el momento en el que estamos: en el proceso de salida de una pandemia que no solo lo ha complicado todo, sino que ha exacerbado las diferencias, alentado los extremismos y polarizado cada vez más al mundo. El partido, pues, se juega en un contexto extremadamente complicado.
En todo este panorama, África es de los continentes que más se juega en esta COP-26. Los efectos de estos procesos se hacen sentir en África más que en ningún otro lugar. Ayer mismo leíamos que en Sudán del Sur están viviendo las peores inundaciones en 60 años, pero que llevan tres años seguidos de poblados y regiones anegadas por el agua a causa de lluvias torrenciales, que han venido a lastrar aún más la mochila del desarrollo de un país que salía de una guerra civil de cinco años y de un gobierno constantemente embrutecido por la corrupción. En países como este, el cambio climático ya está en el primer lugar de la lista de emergencias. Porque las inundaciones recurrentes como estas, no lo olvidemos, provocan la pérdida de las cosechas, las consiguientes hambrunas y, tras ello, la aparición, por decenas de miles, de los que ya se conocen oficialmente como refugiados climáticos: gente que huye en busca de tierras de las que puedan comer y que garanticen su supervivencia.
Un interesante artículo que publicó recientemente The Conversation Africa ponía cifras económicas a este impacto: el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima que África subsahariana sufre en estos momentos pérdidas de más de 520 millones de dólares anuales en daños económicos directos como consecuencia del cambio climático desde principios de este siglo, es decir, en los últimos 20 años. El coste que la respuesta del continente debería dar a los retos que plantea el cambio climático se estima entre 7000 y 15 000 millones de dólares anuales, cifra que se disparará hasta los 35 000 millones de dólares anuales en 2050. Para ese año, se prevé que el cambio climático le costará a África el 4,7 % de su PIB, una cifra que, no nos engañemos, puede lastrar enormemente su potencial desarrollo, que es enorme dadas las perspectivas demográficas que tiene el continente.
Ante este escenario, los países africanos deben ser muy tenidos en cuenta en esta COP-26, y el mundo debe hacer un esfuerzo para ayudarles. En varios foros, por ejemplo, los países africanos han mostrado su temor a que, en un momento en que algunos están viendo la luz en su horizonte económico al disponer de reservas de gas, se les corte la posibilidad de explotarlo y desarrollar su sector industrial con ello. Es el temor a lo que en otras disciplinas se llama ‘la patada a la escalera’, es decir, impedir que alguien suba con lo mismo que te ha permitido subir a ti unos años antes. Este es un debate que seguro será complejo y en el que los africanos querrán hacer oír su voz de forma conjunta.
El 80 % de las emisiones de gases de efecto invernadero en el mundo son de los países pertenecientes al G-20, es decir, de los países ricos. África no emite ni un 4 % de estos gases, como ya he escrito en otras ocasiones, pero sus efectos ya se expresan en número de fallecidos, de víctimas de hambrunas extremas y de refugiados climáticos más que en ningún otro lugar del mundo.
Será fundamental que de esta Conferencia de las Partes surjan acuerdos que permitan un mejor y más fácil acceso de los países en desarrollo a la financiación para acometer iniciativas que permitan minimizar los efectos de este impacto directo. Al mismo tiempo, los propios países africanos deben comprometerse a centrar sus esfuerzos en poner en marcha medidas de adaptación al cambio climático.
Nunca las energías renovables habían sido tan baratas como lo son ahora. Países como Marruecos, por ejemplo, son líderes mundiales en aprovechar la energía solar, o Kenia, por poner otro ejemplo, tiene proyectos interesantísimos en geotermia que le permitirán en 2030 reducir hasta un tercio sus emisiones.
Sin duda, espero que todos los asistentes y personas que tomarán decisiones en esta COP-26 sepan estar a la altura de las circunstancias y que apuesten por decisiones audaces y contundentes para frenar la espiral en la que estamos metidos. Nos estamos jugando el planeta. Y esto hace tiempo ya que ha dejado de ser una broma.
Artículo redactado por José Segura Clavell, director general de Casa África, y publicado en Canarias 7 el 24 de octubre de 2021.