Un estudio sudafricano publicado recientemente se propuso determinar la seropositividad frente al SARS-CoV-2 antes de la cuarta oleada de COVID-19, en la que la variante ómicron era dominante. La seropositividad mide la presencia de anticuerpos contra el virus, es decir, indica una infección anterior. El estudio se centró en Gauteng, el centro económico del país. Ozayr Patel le pidió a Shabir Madhi que descifrara los resultados y explicara por qué las conclusiones indican que Sudáfrica ha alcanzado un punto de inflexión en la pandemia.
Lo que hemos descubierto
Los resultados muestran los niveles de seropositividad (es decir, qué porcentaje de personas poseen anticuerpos contra el virus) de algo más de 7.000 personas de las que se tomaron muestras. A partir de dichos resultados se calcularon los siguientes índices:
- El 56% de los menores de 12 años, quienes no habían sido vacunados, mostró presencia de anticuerpos contra el SARS-CoV-2
- En los mayores de 50 años la presencia de anticuerpos fue del 80%, incluyendo el 70% si no estaban vacunados y el 93% si estaban vacunados
- En los centros urbanos de alta intensidad, la prevalencia de seropositividad fue del 85%
Asimismo, el estudio pudo imputar el riesgo de muerte tras la infección producida por SARS-CoV-2 antes de la oleada de ómicron en Sudáfrica mediante el uso conjunto de los datos de seroprevalencia y de las muertes que se atribuyen al COVID-19 según los datos de exceso de mortalidad del South African Medical Research Council (Consejo Sudafricano de Investigación Médica). En Gauteng, este riesgo de mortalidad por infección de COVID-19 fue del 0,57% antes de la ola de ómicron. Esta cifra es considerablemente superior al 0,019% atribuido a la gripe estacional, que infectaba a un tercio de la población cada año antes de la COVID, calculado mediante el empleo de métodos similares.
Cobertura de vacunación: Hemos descubierto altos niveles de inmunidad híbrida, es decir, inmunidad obtenida a partir de una combinación de infecciones previas y de vacunas.
Al inicio de la ola de ómicron, el 36% de los habitantes de Gauteng tenía al menos una dosis de la vacuna. Esta cifra era del 61% en los mayores de 50 años (este grupo fue responsable de más del 80% de las muertes previas a la variante ómicron).
Según el estudio serológico, el 70% de las personas vacunadas también estaban infectadas antes de la variante ómicron. Por lo tanto, estas personas habrían tenido una importante inmunidad híbrida, que se ha demostrado que induce a un repertorio más amplio de respuestas inmunitarias contra el virus. No obstante, de acuerdo con las estimaciones de exceso de mortalidad del South African Medical Research Council, dicha inmunidad híbrida en Sudáfrica se ha producido a costa de la pérdida de 300.000 vidas. Estas estimaciones triplican el número oficial de muertes registrado.
Según otro estudio, se espera que la inmunidad híbrida confiera una mayor protección contra la infección y la COVID-19 leve en comparación con la inmunidad que proporciona la vacuna o la infección natural.
Tasas de hospitalización y mortalidad: Nuestro estudio también analizó las tendencias temporales de los casos de COVID-19, las hospitalizaciones y las muertes (registradas y atribuibles a la COVID por exceso de mortalidad) desde el inicio de la pandemia hasta la parte final de la ola de ómicron. El estudio descubrió una enorme desvinculación entre el número de personas infectadas con el virus y las tasas de hospitalización y muerte por COVID durante el transcurso de ómicron, en comparación con las olas anteriores. Esto se dio en todos los grupos etarios adultos.
La ola de omicrón se relacionó con el 10% de todas las hospitalizaciones desde el inicio de la pandemia, mientras que el 44% de las hospitalizaciones tuvieron lugar durante el transcurso de la ola de la variante delta. Lo que más sorprende es que solo el 3% de las muertes por COVID desde el comienzo de la pandemia se produjeron durante la ola de ómicron, en comparación con el 50% que tuvo lugar durante la ola dominante delta.
Los resultados de la desvinculación de las infecciones y la COVID-19 grave o mortal fueron similares en el grupo de edad de 50-59 años. En dicho grupo, la ola de ómicron contribuyó al 15% de las hospitalizaciones por COVID registradas y al 2% de las muertes desde el inicio de la pandemia. Esto se compara con el 46% de las hospitalizaciones y el 53% de las muertes producidas por la tercera ola, dominada por delta. Los datos de las personas mayores de 60 años fueron similares.
La encuesta también reveló que el 58% de los niños menores de 12 años (todos sin vacunar) eran seropositivos y no se vieron más afectados durante la ola de ómicron.
La ola dominante delta, que fue la más grave en Sudáfrica, coincidió con la tardía implantación de la vacuna COVID en el país. La alta tasa de mortalidad durante esa ola constituye una denuncia de las oportunidades perdidas que podrían haber evitado un gran porcentaje de muertes. En concreto, el retraso en la adquisición y en el lanzamiento de las vacunas en Sudáfrica, así como la desinformada decisión de ir en contra de la recomendación de la OMS sobre el uso continuado de la vacuna de AstraZeneca que estaba disponible en Sudáfrica cuando la variante beta estaba circulando en el país.
En resumen, la ola de ómicron contribuyó a menos del 5% de todas las muertes por COVID-19 en Gauteng. Desde el inicio de la pandemia, la ola de la variante delta contribuyó al 50% de todas las muertes. El equilibrio se reparte más o menos a partes iguales entre la primera y la segunda ola causadas por la ascendencia y la variante beta.
Nuestros descubrimientos también muestran que la infección natural ha sido elevada y está desempeñando un papel relevante en el desarrollo de la pandemia, especialmente en países con un despliegue de COVID-19 de bajo a moderado. No obstante, estos altos niveles de infección han provocado una pérdida masiva de vidas, que hasta la fecha ha tendido a subestimarse en los países de ingresos bajos y medios, como muestran los datos de Sudáfrica.
Lo que nos muestran los resultados
Los resultados indican que Sudáfrica está entrando en la fase de convalecencia de la pandemia de COVID: la fase de recuperación. Es probable que esto mismo ocurra en otros países con una baja o modesta aceptación a la vacunación, pero con una gran potencia de infecciones anteriores. Por ello, Sudáfrica necesita recalibrar su enfoque de la pandemia y comenzar a gestionarla como lo haríamos con otras infecciones respiratorias que también causan un gran número de hospitalizaciones y de muertes.
Aún existen algunas incógnitas. Es probable que se produzca un nuevo resurgimiento y que haya otra variante. Pero sería muy sorprendente que otras variantes fueran capaces de evadir el brazo de las células T del sistema inmunitario, que es estimulado por las vacunas y la infección natural. El brazo de las células T (inmunidad mediada por células) del sistema inmunitario parece ser el principal mediador de la protección contra la COVID-19 grave, incluso cuando hay infecciones de brecha en personas vacunadas o reinfecciones.
Entonces, ¿por qué considero que nos encontramos en la parte final de esta pandemia? Todo depende de la medida que se utilice. Si nos enfocamos en las infecciones, no estamos en la parte final. Si nos centramos en el número de muertes que tendrán lugar durante 2022 a causa de la COVID-19 en relación con el número de muertes que se producirán por otras causas evitables en países como Sudáfrica, entonces creo que el país ha llegado prácticamente al final de esta pandemia.
En Sudáfrica, la gripe estacional es responsable de la muerte de entre 10.000 y 11.000 personas cada año. En el 2019, la tuberculosis acabó con la vida de 58.000 personas. No obstante, no estamos declarando una emergencia en Sudáfrica para hacer frente a la gripe o a la tuberculosis. El VIH y sus complicaciones causan la muerte de unas 70.000 personas. Pero Sudáfrica no está cerrando el país para evitar las muertes y las infecciones por estas enfermedades.
¿Y ahora qué?
Solo el 12% de las personas de todo el continente ha recibido una dosis de la vacuna. Las conclusiones de nuestros hallazgos son las siguientes:
- Se debe mejorar la cobertura de vacunación garantizando que se administran las dosis de refuerzo adecuadas a aquellos que lo necesitan. Existe la posibilidad de que se sigan necesitando dosis de refuerzo, y que estas deban administrarse anualmente durante los próximos dos o tres años, especialmente en el caso de las personas de alto riesgo. Esto será así hasta que tengamos más experiencia sobre la durabilidad de la protección de las vacunas, sobre todo en entornos con una alta prevalencia de inmunidad híbrida (en los que la protección puede ser incluso más duradera).
Las campañas deberían centrarse principalmente en los grupos de alto riesgo, incluyendo la vacunación de más del 90% de las personas mayores de 50 años antes del próximo resurgimiento esperado. Esta debería ser la finalidad y no el actual objetivo arbitrario de vacunar al 40%-70% de la población.
- Sigue siendo beneficioso ampliar las vacunaciones en entornos con alta seropositividad. Los estudios sobre inmunidad híbrida muestran que esto proporciona respuestas inmunitarias más sólidas y de mayor repertorio que podrían elevar la protección contra la infección y reducir la magnitud de futuros resurgimientos.
- También es importante que se mantengan las intervenciones no farmacológicas clave. Esto incluye el uso de mascarillas en lugares cerrados muy concurridos y poco ventilados, y en particular, en personas de alto riesgo cuando se produce un aumento de la actividad de transmisión del virus.
Nuestros resultados respaldan el optimismo expresado en Sudáfrica a principios del 2022 cuando se habló de que se había alcanzado un punto de inflexión en la pandemia. Fueron muchos los que desestimaron esta opinión por no considerarla aplicable a sus entornos a pesar de la alta cobertura de vacunación. Pero desde entonces, su experiencia se ha alineado en general con la de Sudáfrica.
En conclusión, se necesitan mejores vacunas contra la COVID. No obstante, el mundo ya no se encuentra en «alerta roja», y es hora de reconstuir los medios de subsistencia, las economías y todas las demás facetas de la vida que se han visto afectadas estos dos últimos años, especialmente en los países vulnerables de ingresos bajos y medios.
Artículo redactado por Shabir A. Madhi. Fue publicado originalmente en inglés en The Conversation y traducido al español por Miriam Ojeda Cabrera para Casa África.