Search
Close this search box.

La realidad invisible

La realidad invisible
El director de la revista 5W Agus Morales (i) y el fotógrafo Pau Coll tras recibir el premio Saliou Traoré, que cada año conceden Casa África y la Agencia EFE al mejor trabajo periodístico sobre el continente en español, por el reportaje "Una chabola al final del camino. EFE/Ángel Medina G.

En los últimos quince años he viajado a Sudán del Sur, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Túnez, Argelia, Nigeria o Chad para contar historias de refugio y migración. He ido, también, más allá de África: Oriente Medio, América del Norte, Asia Central, Asia Meridional… Me fui lejos para contar lo que otros compañeros y compañeras contaban en España. No sé si fue por vocación, por cobardía, por exotismo o por una mezcla de todo. Pero no hacía falta irse tan lejos para denunciar las condiciones de vida de la gente que migra. O quizá sí que hacía falta irse lejos, siempre y cuando siguiera mirando, con atención, lo que pasaba cerca de donde vivo.

Durante mucho tiempo no lo hice. La primera vez que centré mi trabajo sobre migraciones en España fue en 2018. Fui con mi compañera de viaje y vida, Anna Surinyach, a recorrer las costas de Andalucía, parte de lo que en España se denomina Frontera Sur. Después de todo un verano trabajando con Surinyach, nos dimos cuenta de que la perspectiva dominante para contar ese movimiento de población (de África a Europa) era etnocéntrica. Lo que para España es Frontera Sur, para quienes llegan, para los protagonistas de las migraciones, es la Frontera Norte. El periodismo necesita un cambio de perspectiva, de punto de vista. No es ni siquiera una exigencia moral, sino técnica, de enfoque puramente periodístico, porque las personas que se mueven tienen que estar en el centro de lo que contamos, si lo que contamos son migraciones. Por eso titulamos el reportaje que hicimos aquel verano Frontera Norte.

La segunda vez que tuve la oportunidad de reportear en profundidad sobre las migraciones en España fue con el compañero fotoperiodista Pau Coll. Era el capítulo final del proyecto The Backway, del colectivo Ruido Photo, que recorre las rutas de África hacia Europa. Queríamos hacer un reportaje sobre las condiciones de vida de los trabajadores del campo en la provincia de Huelva. Fuimos en verano de 2019 y a finales de 2020. Antes y después de los peores momentos de la pandemia, porque creemos que el tiempo es lo más importante en el periodismo, porque creemos que hay que volver, porque creemos que hay que seguir las historias para que el público no se resigne a descubrir una realidad estática y pueda saber si las cosas cambian.

¿Cambiaron en el caso de Lepe? Mi vida había cambiado con la pandemia, pero no la de las personas con las que había hablado un año y medio atrás. Beleti seguía en el mismo bar donde convocaba a los vecinos de su asentamiento para ver el Barça-Madrid. Alaji seguía intentando que el equipo de fútbol que montó, formado por chavales recién llegados a España, por trabajadores del campo, pudiera participar en competiciones oficiales. Y muchas personas seguían trabajando sin derechos laborales y eran explotadas por empresarios sin escrúpulos. Ni siquiera una situación de emergencia como la pandemia sirvió para que se escucharan las demandas de los colectivos migrantes, que pedían y piden todavía hoy la regularización del medio millón de personas que se calcula que están en situación administrativa irregular en España. La plataforma Esenciales ha logrado su objetivo de reunir más de 500 000 firmas para poner en marcha una Iniciativa Legislativa Popular que permita esa regularización. Una iniciativa valiente y necesaria.

Hablamos con decenas de personas que cada día nos ponen la verdura —o, en este caso, la fruta— encima de la mesa. Sus relatos dibujaban el mapa confuso y cambiante de las migraciones de África a Europa. Ismael, de Mali, llegó durante la mal llamada crisis de los cayucos de 2006. Otros atravesaron la ruta Libia-Italia, alrededor de 2015, el año de la mal llamada crisis de los refugiados. Diakité, también de Mali, llegó por la ruta canaria durante la pandemia. Era como si en un mismo espacio se reunieran las rutas del dolor y la muerte recorridas en esta parte del mundo durante el siglo XXI. Al final del camino de todas estas personas, llegaran por donde llegaran, no había una vida mejor en Europa, sino una chabola. Ese fue el título del reportaje que hicimos: Una chabola al final del camino.

En la crónica aparecían chabolas que no estaban construidas en un país africano, sino en Europa, en España. Es la gran paradoja de las personas migrantes que trabajan en el campo español: sufren una realidad palpable para todo el mundo que hemos decidido ignorar. Tanto a Pau como a mí nos impresionó, al llegar a Lepe, la convivencia en aquel momento de un enorme asentamiento —que después ardió— frente al centro comercial de la ciudad. El sentimiento mayoritario de sus habitantes era el hastío y en algunos casos la rabia. Uno de ellos era Kalifa, un maliense que masticaba una y otra vez la misma palabra, como si no pudiera escupirla, como si no pudiera deshacerse de ella: “Chabola”, “chabola”, “chabola”. Nos insistía en que cuando sus amigos en Mali le preguntan cómo es la vida en España, cuando le piden consejo para ir a Europa, Kalifa les dice que no vengan. Que es mejor quedarse allí. Él tardó catorce años desde su llegada a España en regularizar su situación administrativa y, pese a todo, dice que volverá a Mali en cuanto pueda.

Conocimos a mucha gente en una situación similar, pero que todavía no había logrado la regularización. Nos contaban que se habían pasado muchos años sin volver a casa, porque estaban pendientes de ese proceso burocrático. Esa espera transcurría mientras vivían en una chabola en condiciones higiénicas lamentables. O mientras viajaban para ganarse la vida, sin contrato, subidos a esa rueda de la explotación construida a lo largo del territorio español: la fresa en Huelva, la aceituna en Jaén, la naranja en Valencia, la cereza en Lleida.

Son tantas las cosas que no vemos. Que no queremos ver. La vergüenza de la política es que en el campo español se vulneren los derechos humanos de tantas personas que llegan de África. La vergüenza del periodismo es que hayamos convertido eso en invisible.

Este texto está inspirado en el discurso de aceptación del IV Premio Saliou Traoré, organizado por Casa África y la agencia EFE.

Artículo redactado por Agus Morales.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

También te puede interesar