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Las Tres Fronteras (la ‘zona cero’ de la yihad en el Sahel)

Las Tres Fronteras (la ‘zona cero’ de la yihad en el Sahel)
Imagen: Una de las imágenes de Juan Luis Rod que forman la exposición Las Tres Fronteras, en Casa África
Director General

José Segura Clavell

Director general

Con la nueva exposición de Casa África queremos seguir poniendo el foco en esta región, cada vez más insegura e inestable, porque de su tratamiento informativo en todo el mundo dependerá la necesaria respuesta que articule la comunidad internacional.

Este pasado miércoles hemos inaugurado en Casa África una exposición que muestra el trabajo conjunto que el periodista canario José Naranjo y el fotógrafo andaluz Juan Luis Rod han hecho por el Sahel, concretamente en la llamada zona de las Tres Fronteras, el gran espacio donde convergen las líneas fronterizas de Mali, Níger y Burkina Faso y que en estos momentos constituye el corazón, o la ‘zona cero’, del yihadismo en la región del Sahel.

Es en esta zona donde mayor número de ataques, fallecidos y, consecuentemente, de desplazados se han producido en los últimos años, y que sin duda ha contribuido enormemente a la crisis política que viven los países sahelianos: Mali o Burkina Faso, por ejemplo, han sufrido golpes de Estado y ahora viven bajo juntas militares, que en su momento justificaron el derrocamiento del poder político democrático en la incapacidad de los políticos para contener la expansión y amenaza yihadista.

El conflicto del Sahel, recordemos, suma ya 25 000 muertes en los últimos diez años, pero a diferencia de, por ejemplo, la guerra de Ucrania en este conflicto africano no hay imágenes, no hay vídeos que muestren la crudeza de la guerra, no hay fotos ni de las víctimas después de los ataques. Ocurre todo en una región enorme (solo la frontera entre Níger y Burkina Faso mide más de 800 kilómetros), así que estamos hablando de zonas muy poco accesibles, inseguras, sin presencia del ejército ni de la policía y con unas fronteras absolutamente porosas, que permiten a los yihadistas atacar en un país y esconderse en otro (lo hacen usando motocicletas, terriblemente efectivas para este tipo de terreno), refugiándose en enormes zonas boscosas.

El momento temporal en que abrimos esta exposición, para que la ciudadanía entienda la importancia de lo que sucede en el Sahel, no puede ser, lamentablemente, más oportuno. El día en que presentábamos la muestra a los medios, desayunábamos leyendo que un ataque de una de las organizaciones vinculadas a Al Qaeda en la zona, la llamada ‘katiba Macina’, había asesinado a un total de 132 personas, civiles, en Mali.

En este país, además, la junta militar surgida de un golpe de Estado hace ya casi dos años, ha llevado al extremo su enemistad con Francia, que impulsaba la respuesta militar a los yihadistas y ha logrado que los franceses se retiren del país, dejando paso a Rusia, que tiene, supuestamente ayudando al Gobierno, al grupo de mercenarios Wagner, no precisamente conocidos por su respeto a los derechos humanos.

La complejidad del entorno, pues, es enorme. Y uno de los grandes problemas de este conflicto (el primero y más grande, obviamente, es siempre el impacto que tiene en la población) es que su visibilidad internacional es escasa y su presencia mediática, lamentablemente, casi nula.

El Sahel, decía José Naranjo, “debe abandonar la periferia informativa y ocupar una posición central” en la preocupación que a diario se muestra hacia los temas internacionales. Esa posición central permitiría empezar a copar portadas, minutos de televisión, las conversaciones de la gente y coadyuvaría, entiendo, a que toda esa inercia fuerce movimientos, decisiones y gestos de la comunidad internacional.

Les quiero recomendar desde este artículo de forma encarecida que se acerquen a Casa África, que se queden impresionados por la calidad de las 65 imágenes de Juan Luis Rod, y que después la recomienden a sus amigos y conocidos. En vinilo, en la pared, hay una contundente frase del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, que debe quedarnos grabada a fuego: “la crisis del Sahel ya no es solo una cuestión regional o africana, sino una amenaza global”. Tanto el comisario europeo Josep Borrell como nuestro ministro de Exteriores, José Manuel Albares, han afirmado que la seguridad en Europa depende de la seguridad de esta región. Y en ese sentido, reitero, el escenario securitario en los países sahelianos pinta cada vez peor. La inminente cumbre de la OTAN en Madrid debe ser, aunque todos los ojos estén mirando hacia Ucrania, un primer escenario para llamar la atención sobre el Sahel e impulsar un compromiso, al menos, de exhaustivo seguimiento de la situación y compromiso de apoyo internacional en búsqueda de la paz y seguridad.

La seguridad es uno de los factores diversos (hay más, como la hambruna, la crisis climática o los efectos de la aún no superada crisis económica de la pandemia) que impulsan además las migraciones desde el continente africano hacia nuestras islas, primero, pero en esencia hacia todo el continente europeo.

El mismo periódico El País utilizaba el pasado miércoles un titular contundente al respecto: “Bruselas teme que la guerra de Putin provoque oleadas migratorias hacia la UE desde el norte de África”. Pese al matiz que debe hacérsele al titular, de que la guerra de Putin en Ucrania solo ha actuado como acelerador de tendencias que ya veíamos (ha agravado las hambrunas y encarecido las materias primas que ya empezaban a escasear antes del conflicto), el principal rechazo que me ha generado esta información es que seguimos tirando de la narrativa del miedo al enfocar el tema de la migración: usar el término ‘oleadas migratorias’ demuestra que tantos años después de recibir pateras y cayucos, y tantas informaciones después que han tratado de mostrarnos la complejidad del fenómeno, seguimos leyendo titulares simplistas que tratan de ‘oleadas’ a seres humanos cuya valentía debería ser puesta en un pedestal: buscan la manera de ganarse la vida y una alternativa para, desde otro lugar, ayudar a los que han dejado atrás.

Mi convencimiento es que, ante la narrativa de las ‘oleadas’ o las ‘avalanchas’ de africanos, debemos seguir apostando por la sensibilización para poder empatizar con esas personas, conociendo su vida, sus historias y anhelos. Su camino, en definitiva.

Y para muestra, un botón. Este pasado martes asistí en la nueva Biblioteca Josefina de la Torre, frente a la Playa de Las Canteras, a la presentación de uno de los libros de la colección Casa África, titulado ‘Una luz en el desierto’ (Editorial Baile del Sol). Un libro coescrito entre el periodista bilbaíno Pascual Perea y el músico camerunés Isaac Ebelle que cuenta la historia de este último en su largo y difícil trayecto entre su país natal y nuestro país.

Nos habló de sus diversos intentos de llegar a España, de cómo se dejó la salud y casi la vida, de cómo se siente una persona que en innumerables momentos del periplo es tratada peor que los animales, atada, maltratada y robada. Nos contaba cómo, años después de llegar a España y dedicando ahora parte de su vida a la sensibilización de jóvenes españoles y africanos, la tristeza sigue apoderándose de él cada vez que sabe de la noticia, como ocurrió la semana pasada, de un joven africano que falleció intentando cruzar a nado el río Bidasoa para tratar de atravesar la frontera entre España y Francia.

O incluso contaba cómo años después de haber llegado a este país sigue ocurriéndole que en la guagua (el autobús en Bilbao) hay gente que prefiere estar de pie que sentarse al lado del negro. Y todos los que estábamos ahí pensamos que eso no ocurre aquí, en Canarias, en 2022, pero otros africanos asistentes a la presentación nos dijeron que sí, que ese aún es su día a día. Cuánto tenemos aún que aprender, cuánto tenemos aún que empatizar, para por fin superar esos prejuicios.

Artículo redactado por José Segura Clavell, director general de Casa África, y publicado en Kiosco Insular el 25 de junio de 2022 y en Canarias7 el 26 de junio de 2022.

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