Por Carl Manlan. Andrew Carnegie y John D. Rockefeller aparecen en la historia por sus éxitos industriales, los cuales fueron complementados por su filantropía. Su contribución a la transformación estructural de Estados Unidos es innegable, y ambos nos enseñan lecciones que necesitamos aprender en África para acelerar el ritmo de transformación.
La filantropía africana tiene sus raíces en fuertes tradiciones de esfuerzo y apoyo personal, así como en instituciones de voluntarios. La filantropía es central para la cultura africana, donde las donaciones formales e informales forman parte de la pertenencia a la vida familiar y en comunidad.
El aumento de los millonarios en el continente es una historia del aprovechamiento de los recursos africanos para crear riqueza, y estos comparten cada vez más los frutos de su trabajo con sus comunidades. Mientras estos empresarios expanden sus límites mediante acciones filantrópicas, es importante que paremos por un momento y reflexionemos sobre cómo puede mi generación apoyar estos esfuerzos para crear más riqueza, en vez de simplemente aliviar un poco la pobreza.
Las perspectivas de África nunca han sido mejores. La cantidad de riqueza creada en África muestra que tenemos los recursos humanos y financieros para mejorar la vida del millón de ciudadanos que habitan este continente. La actual capitalización del mercado está por encima del billón de dólares, mientras que la juventud africana está recibiendo una educación cada vez mejor. Las 50 personas más ricas de África representan en total unos cien mil millones de dólares, cantidad equiparable a un quinta parte del PIB de Nigeria y el 30% del de Sudáfrica.
La industrialización y la filantropía africanas son necesarias para ayudarnos a dejar atrás proyectos de pequeña escala de ayuda a los pobres. Lo que necesitamos son industrias que creen numerosos puestos de trabajo y acciones filantrópicas que produzcan inversiones a gran escala en programas que aseguren una fuente de trabajadores capaces y sanos.
Uno de los mayores empresarios africanos está enseñándonos el camino. Aliko Dangote, el hombre más rico de África, ha hecho de la industrialización una realidad en partes del continente donde pocos querían invertir. Inicialmente, Dangote importaba materias primas agrícolas y después pasó a manufacturarlas en Nigeria. Más adelante expandió sus negocios a las telecomunicaciones, el sector inmobiliario y la manufactura de acero, convirtiendo al Grupo Dangote en el conglomerado más grande de África Occidental. Además, su fundación benéfica se centra en problemas de nutrición en Nigeria, su país natal y la nación más poblada de África. Una adecuada nutrición y educación puede ayudar a los nigerianos a alcanzar todo su potencial para contribuir a la economía más grande del continente.
Centrarse en la nutrición es una tarea crítica para la juventud africana. El negocio de Dangote así como otros que invierten actualmente en África deben asegurarse de que la malnutrición no afecta a sus inversiones limitando la disponibilidad de recursos humanos cualificados. Un crecimiento tardío debilita el intelecto, lo cual frena la productividad y limita el progreso.
Todo esto no solo ilustra el potencial del papel que juega la filantropía. También demuestra que la forma en la que un gran empresario dona su dinero es tan importante como la institución a la que se lo dona. En los años 90, el énfasis de los donantes en la lucha contra el VIH/sida en África provocó una infrafinanciación crónica de otras condiciones menos visibles como la nutrición, la diarrea, la diabetes y los problemas de corazón.
Al enfocar su actividad en la nutrición y la educación, la filantropía de Dangote tiene el poder de transformar una generación. Su inversión no solo está cambiando el tejido económico de África; está también permitiendo a aquellos que no se benefician directamente del trabajo en sus fábricas o de la compra de sus productos que jueguen de manera gradual un papel en la transformación de África. Sin embargo, aunque Dangote incrementara la contribución a su fundación, no podría conseguir esto en solitario.
Es necesario que hagamos de esto la referencia de la filantropía africana. El modelo filantrópico estándar estadounidense –en el cual hasta el 95% de la cantidad se retiene como fondo de dotación– deja demasiado efectivo sobre la mesa. Duplicar o hasta triplicar la inversión al 10 o 15 por ciento del total de los fondos avanzaría mucho la transformación de las industrias para una mejor distribución de la riqueza. Para poder alcanzar este objetivo, África necesita reformar su estructura tributaria para así atraer a aquellos que tienen la capacidad pero no están dispuestos a contribuir. Una reforma eficiente crearía mayores incentivos para el uso de la filantropía como un vehículo para la transformación de África. Egipto y Sudáfrica ya se han movido en la buena dirección, de acuerdo al índice Rules to Give By, el cual compara los diferentes incentivos en todos los países. Pero hay espacio para el progreso en todo el continente, empezando por unas deducciones fiscales más generosas para los individuos y la filantropía corporativa.
Nosotros tenemos la responsabilidad de resolver los problemas sociales que entorpecen la industrialización. Dangote tiene tan solo 59 años, mucho más joven que Carnegie y Rockefeller cuando comenzaron sus esfuerzos filantrópicos. La industrialización está dirigiendo las inversiones filantrópicas de Dangote mediante su fundación, que tiene una dotación superior a mil millones de dólares. Y está cambiando la filantropía para provocar un impacto allí donde más hace falta: en el bolsillo de las personas.
Los africanos quieren socios ambiciosos que estén dispuestos a asumir grandes riesgos por un valor social cada vez mayor. Los filántropos africanos están ya un paso por delante que Carnegie y Rockefeller en un continente que requiere industrializarse para combatir el desempleo juvenil, modernizar la agricultura y expandir su mercado interno. Necesitamos más empresarios con una visión compartida enfocada a la transformación de África y de los africanos.
Carl Manlan es director de Operaciones de la Fundación Ecobank. Anteriormente, este economista marfileño trabajó en el gabinete del secretario ejecutivo de UNECA. En 2012, obtuvo el título de Máster en Administración Pública por la Harvard Kennedy School.
Versión original publicada en World Policy. Traducción: Alejandro Martín Rodríguez.