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Entrevista a Felwine Sarr en TV5MONDE. Coronavirus: «Los europeos se preocupan por nosotros y nosotros nos preocupamos por ellos»

Entrevista a Felwine Sarr en TV5MONDE. Coronavirus: «Los europeos se preocupan por nosotros y nosotros nos preocupamos por ellos»
Felwine Sarr, filósofo y escritor, es uno de los intelectuales del continente africano más destacados. Imagen de Antoine Tempé
Felwine Sarr, filósofo y escritor, es uno de los intelectuales del continente africano más destacados. Imagen de Antoine Tempé
Felwine Sarr, filósofo y escritor, es uno de los intelectuales del continente africano más destacados. Imagen de Antoine Tempé
Felwine Sarr, filósofo y escritor, es uno de los intelectuales del continente africano más destacados. Imagen de Antoine Tempé

Es uno de los intelectuales más importantes del continente africano. Desde el inicio de la pandemia de COVID-19, el economista y escritor Felwine Sarr ha puesto su experiencia y su saber al servicio del plan de resiliencia económica y social puesto en marcha por el gobierno senegalés. En una entrevista concedida desde Dakar a TV5MONDE, el autor del ensayo Afrotopía[1] (2016) y coautor del informe sobre la restitución de las obras del patrimonio cultural africano[2] (2018), ofrece un análisis sin concesión sobre la crisis que estamos viviendo.

TV5MONDE: Usted se encuentra en Dakar desde el inicio de la pandemia. ¿Cuál es la situación allí?

Felwine Sarr: En general, se están respetando las medidas para evitar la propagación del virus. En la calle la mayoría de personas lleva mascarilla. En los transportes públicos la situación también ha evolucionado para evitar el contagio. Sin embargo, en los sitios públicos que no se han cerrado, como los mercados, las cantinas o los pequeños salones de té, es muy difícil respetar el distanciamiento físico. En los supermercados, pese a que hay marcas de distanciamiento en el suelo, algunos encuentran el modo de saltarse las normas. Queda mucho trabajo por hacer para que los individuos consigan distanciarse unos de otros, y esto no es fácil porque la cercanía es cultural.

África sigue siendo el continente menos afectado en cuanto a número de muertos y de casos positivos de coronavirus. Sin embargo, las predicciones de las instancias internacionales son alarmistas…

Ello muestra la persistencia del afropesimismo. En el mundo hay actualmente aproximadamente 200 000 muertos por coronavirus, de los cuales se han registrado en África 935 según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y 1598 según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de la Unión Africana (datos del 30 de abril de 2020). Esto quiere decir que África se encuentra a gran distancia respecto a otros continentes.

Por ejemplo, es interesante comparar Senegal con Estados Unidos, dos países que conocieron su primer caso de coronavirus más o menos en el mismo momento. La diferencia respecto a la propagación del virus y a la respuesta política es impresionante. Nosotros reaccionamos rápidamente mientras que los americanos aún vacilaban.

Europa, a excepción de los países del norte, Alemania y Portugal, vio llegar la crisis desde Asia sin prepararse para enfrentarla.

Las ideas negativas sobre África están tan arraigadas que ni siquiera se toman la molestia de ver la realidad. Y cuando la realidad actual va en contra de esas ideas, las proyectamos al futuro. Aunque la situación del continente sea favorable, hay que predecirle una catástrofe; cualquier cosa menos admitir que África logra hacer frente a la crisis del coronavirus.

Actualmente, el nuevo argumento es afirmar que quizá la catástrofe no se producirá, pero moriremos de hambre por causa de la crisis económica. Siempre la misma imagen de miserabilismo.

¿Cree que existe una dificultad para reconocer que los países africanos puedan gestionar mejor esta crisis que las grandes potencias mundiales?

Sí. Es un racismo estructural que se ignora. Pensar que uno mismo se organiza mejor y que está mejor preparado que los demás es, en cierto modo, reconfortante. Los europeos se preocupan por nosotros y, sin embargo, aquí somos nosotros quienes estamos preocupados por ellos. Cuando la OMS hace un llamamiento para que «África despierte»[3] mientas que la hecatombe se está produciendo en todo el mundo, ¡quizá son ellos quienes deberían despertar! Porque nosotros no dormimos. Al contrario, la mejor respuesta que África puede dar es fundamentalmente hacer frente a sus propios retos sin perder el tiempo en responder a quienes no quieren ver la evidencia.

Usted ha firmado una tribuna publicada por la revista Jeune Afrique[4] en la que la actual crisis sanitaria se define como «una oportunidad histórica para los africanos para movilizar sus inteligencias […], unir sus recursos endógenos, tradicionales, de la diáspora, científicos, nuevos, digitales, su creatividad, etc.». ¿Es esto un deseo utópico o una realidad concreta?

África es un vasto continente, de modo que me limitaré a hablar de Senegal. Desde el inicio de la crisis, los universitarios crearon grupos de trabajo por ámbitos de competencia. Hemos creado uno para la economía con el objetivo de anticipar el impacto sobre el transporte, el turismo, el comercio, la cultura o el sector informal, muy vulnerables actualmente. Hemos reflexionado sobre las medidas que el Estado podría tomar para garantizar a los individuos unos ingresos más estables y perdurables, y nos hemos reunido con el ministro de Economía para ofrecerle nuestra ayuda.

Desde entonces, estamos trabajando en el Plan de Resiliencia Económica y Social puesto en marcha el 3 de abril por Macky Sall, presidente de la República del Senegal. Esta sinergia se ha generado también los ámbitos del derecho, la gestión, la ciencia y la medicina, y es una excelente muestra del impacto que puede tener la sociedad civil. Cuando el mundo nos vaticinaba lo peor, nosotros estábamos trabajando para aportar una respuesta adaptada a las especificidades de nuestra sociedad.

¿Ha modificado esta crisis la mirada de los africanos sobre Occidente?

Muchos han comprendido que el «Eldorado europeo» no existe. Ha habido senegaleses inmigrantes en Italia que regresaron en el punto álgido de la crisis. Esos indocumentados asumieron el riesgo de regresar sin garantía alguna de poder volver a irse porque consideraron que era preferible estar en Senegal. Como miembros de la clase social la menos favorecida, allí forman parte de los más vulnerables. Por supuesto, las sociedades occidentales tienen sus fuerzas y sus adelantos, pero hoy sus límites han quedado de manifiesto.

Para un gran número de países, se plantea la cuestión de la dependencia de China. ¿Ocurre esto en África, donde China es el primer socio comercial?

China es un importante socio comercial, pero nosotros no dependemos de ella. No hemos llevado a cabo una deslocalización masiva y esto hace que la relocalización no sea un problema para África. Los economistas centramos el debate principalmente en la reorientación de nuestras economías: ¿cómo reestructurarlas y hacerlas menos dependientes de las materias primas? ¿Cómo crear en nuestros países industrias que nos permitan alcanzar la autosuficiencia alimentaria?

Desde un punto de vista estratégico, el sector de la salud debe ser totalmente independiente ya que, cuando no hay comercio internacional, los países cierran sus fronteras y gestionan su stock. Tras la crisis deberemos trabajar en este sentido.

El G20 se ha puesto de acuerdo para suspender durante un año la deuda de 76 países de baja renta entre los cuales se encuentran 40 países africanos. ¿Qué opina sobre este asunto?

Tengo diversas apreciaciones a este respecto. Desde un punto de vista de ingresos monetarios podemos decir que ese acuerdo puede suponer un respiro: el importe reclamado este año era aproximadamente 44 000 millones de dólares, y los países beneficiarios podrán reinyectar su deuda en los fondos de lucha contra la COVID-19.

Sin embargo, desde un punto de vista estructural, es falso que África esté sobrendeudada. El ratio de endeudamiento sobre el PIB es del 60 %, que se considera sostenible. Entre los 15 países más endeudados del mundo encontramos grandes potencias económicas como Japón (en primera posición con un endeudamiento del 238 % sobre su PIB), Estados Unidos (105 %) o Francia (100,4 %).

En términos de capacidad, la deuda africana representa aproximadamente 500 000 millones de dólares, es decir el 0,2 % de la deuda global. El problema es que «la deuda africana» se ha convertido en un tótem, una noción que nadie cuestiona y que se da por descontada.

También en este caso, el discurso no se corresponde con la realidad. Tras la Iniciativa para los países pobres muy endeudados (PPME) a finales de los noventa y la Iniciativa Multilateral de Alivio de la Deuda en 2005, los países africanos volvieron a encontrarse con bajos porcentajes de endeudamiento sobre el PIB (en aquel momento el porcentaje de Senegal era solo de un 20 %). Pero volvieron a endeudarse rápidamente: durante la última década, los ratios se han duplicado e incluso triplicado sin exceder los límites de la sostenibilidad. Desde entonces, en el imaginario colectivo, África se hunde bajo el peso de la deuda, cosa que no es cierta.

 ¿Cómo explicar que ese mito perdure?

Es una buena pregunta. Sin embargo, basta con buscar en Google los ratios para verificarlo. La deuda es uno de mis sectores de investigación y he codirigido varios artículos científicos sobre este tema. Para comprender, es necesario mirar en el lugar adecuado. Nuestros países tienen dificultades para movilizar suficientes recursos fiscales e inversiones adecuadas. Cuando una economía se endeuda, lo hace para mejorar la productividad y generar recursos que permitirán posteriormente reembolsar esa deuda.

Desde un punto de vista económico, la deuda no es un problema si se controla, es decir, se invierte correctamente. Desafortunadamente, algunos Estados africanos se aprovechan de esta crisis para recurrir a lo que yo llamo la política de la compasión y pedir la anulación de su deuda. Sin embargo, no deberíamos poner la mano. Hay que cambiar el discurso. Asumamos nuestras deudas, paguémoslas, gestionémoslas como es debido y dejemos de pedir una anulación cada veinte años.

 ¿Cuál es la principal moraleja de esta crisis?

Habitamos el mismo mundo y compartimos un destino común. Esta crisis es la crisis del antropoceno[5]. Sabemos que es el resultado de nuestro modo de vida, de la devastación de la biodiversidad y de la reducción del hábitat natural de las especies no humanas. Nadie se librará de los efectos de una crisis climática de gran magnitud. La pandemia nos muestra la extrema necesidad de cambiar nuestra relación con la ecología, el sobreconsumo y los excesos económicos e industriales.

De hecho, desde que se ha parado esta carrera desenfrenada, las ciudades respiran mejor y algunos animales reaparecen. A nivel social, la crisis ha puesto de manifiesto de manera abrumadora las divisiones sociales. Pero no hay que ser idealista. Algunos tendrán la tentación de retomar con más intensidad, recuperar el tiempo perdido, los puntos de crecimiento económico, mantener un sistema, etc. Por mucho que el deseo de cambio esté presente, tendrá que manifestarse de forma concreta a través de la acción social y el poder colectivo.

 



[1] Esta obra ha sido traducida al español y publicada por la editorial Catarata en colaboración con Casa África: Afrotopía.

[3]Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, en su declaración del 18 de marzo de 2020, ndlr

[4] Este artículo fue traducido al español y publicado en nuestro blog: https://www.esafrica.es/2020/04/coronavirus-juntos-podemos-salir-mas-fuertes-y-unidos/

[5] Significa literalmente «La edad del hombre». Era geológica actual que se caracteriza por signos visibles de la influencia del ser humano en su entorno, en particular sobre el clima y la biosfera.

 

Entrevista publicada originalmente en francés en TV5Monde y traducida al español por Inmaculada Ortiz.



 

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