Habrá pocos aspectos positivos que sacar del coronavirus, pero la pandemia global puede suponer un momento importante en los intentos de abordar el comercio ilícito de vida silvestre.
Los medios de comunicación se han centrado, por lo general, en los efectos más que en las causas, en particular, en lo que implica de manera global para la salud pública y para la economía, pero también es fundamental determinar la duración de la pandemia y encontrar lo antes posible su causa inicial.
Lo que sabemos hasta la fecha es que el epicentro de la enfermedad se produjo en la ciudad china de Wuhan, un importante centro lucrativo de comercio de fauna silvestre, tanto legal como ilegal. Se cree que el brote se originó en un mercado en donde había una variedad de productos animales y carnes, que incluían pavos reales, puercoespines, murciélagos y ratas. Además, es un mercado donde, en el mejor de los casos, las normas de regulación y bienestar son rudimentarias.
Parte de este comercio es legal según la Chinese domestic law [legislación china], pero la existencia en paralelo de un mercado ilegal, a menudo dentro del mismo mercado o, incluso, en el mismo puesto, permite a algunos vendedores introducir productos salvajes ilegales en el sistema. Esta situación es muy difícil de regular y de controlar.
También estamos muy seguros de que la transmisión se produjo debido al contacto entre animales y personas, algo similar a lo que sucedió en contagios anteriores como los virus del Ébola y el del SAR. En todos estos casos, la existencia de grandes mercados de fauna silvestre, con condiciones insalubres y mal regulados, creaba un entorno ideal para que las enfermedades se transmitieran entre especies. En un país como China, que tiene una cultura donde el consumo de fauna salvaje es algo completamente habitual, este contagio se puede propagar rápidamente y, de hecho, así ha sucedido.
El gobierno chino ha defendido durante mucho tiempo tener un “consumo sostenible” de la fauna silvestre del país. No obstante, respondió a la crisis actual con la promulgación de una prohibición temporal de esos mercados, cerrando eficazmente un sector importante de su comercio interno de vida silvestre.
Bioseguridad, salud pública e impacto económico
A más largo plazo, la pandemia puede dar el impulso necesario para abordar adecuadamente el problema. Esto se debe a que, si bien el comercio ilegal de vida silvestre fue criticado en su día principalmente en términos de conservación, ahora también se está considerando qué relación tiene con temas más complejos como la bioseguridad, la salud pública y el impacto económico.
Sólo tras el brote de COVID-19, la industria china está emergiendo a gran escala, con la prohibición temporal que afecta a unas 20.000 empresas de cría en cautividad y a 54 especies diferentes que se pueden comercializar a escala nacional. Un informe de la Academia China de Ingeniería estima que la industria de la cría de animales salvajes tiene un valor de unos 57.000 millones de dólares anuales. Estos centros de crianza están autorizados a funcionar beneficiándose de las lagunas de la legislación china, lo que se podría considerar contrario al espíritu de la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres.
El comercio ilegal paralelo implica una mayor dificultad para cuantificar, pero a escala mundial, las Naciones Unidas han estimado que este tipo de comercio genera unos 23.000 millones de dólares. Si se tiene cuenta que la pandemia que ha dado como resultado podría costar hasta 2,7 mil millones de dólares estadounidenses, debemos hacer hincapié no solo en la economía, sino también en las razones de peso que se han dado para aumentar la regulación de dichos mercados.
De todos modos, hay argumentos convincentes para desmantelar este tipo de comercio: los animales se mantienen en condiciones deplorables y, por tanto, no hace más que acelerar su desaparición en el ecosistema. Sin embargo, en China la prohibición temporal sigue siendo sólo eso, temporal. Los críticos afirman que ya hemos experimentado esta situación antes con el SARS y que una vez que todo volvió a la calma, China reanudó sus actividades como de costumbre.
En la práctica, ¿qué significaría abordar seriamente el comercio de fauna silvestre? En primer lugar, los centros de cría de especies en peligro de extinción como los tigres o los pangolines se cerrarían permanentemente. Esto haría mucho más difícil que sus productos se introdujeran a través de canales legales y se vendieran bajo la etiqueta de productos «salvajes». Actualmente, los organismos de represión deben vigilar de cerca estos centros para comprobar que no se introduzcan animales de manera ilícita. Además, su cierre permitiría disponer de recursos para interrumpir los suministros de productos ilegales que entran en China desde el exterior.
Esta medida también ayudaría a reducir la demanda. Las campañas de educación pública informan a la población sobre cómo el comercio de fauna silvestre (tanto legal como ilegal) perjudica a las especies en peligro de extinción, pero el mensaje es contradictorio, ya que la presencia de un mercado legal paralelo todavía proporciona a estos productos legitimidad y envía el mensaje: “está bien comprarlos”, algo que aumenta la demanda en lugar de disminuirla.
En cualquier caso, la nueva prohibición china excluye productos como los huesos de tigre que se utilizan en la medicina tradicional. A algunos conservacionistas y activistas les preocupa que esta exención conduzca a la legalización del comercio bajo el supuesto de que una mejor reglamentación protegerá a la población contra futuros brotes. Este argumento es extremadamente difícil de validar y la mayoría de los conservacionistas permite las prohibiciones del comercio en general.
Otra preocupación es que, dado que las personas tienen poca memoria, una vez que el peligro haya pasado, la preocupación pública se convertirá en el siguiente gran problema. El COVID-19 representa claramente una oportunidad sin precedentes para combatir el comercio de fauna silvestre y asegurar que las enfermedades transmitidas por animales no muten y contagien a las personas. No obstante, sólo el tiempo dirá si esta oportunidad se aprovechará o se pospondrá una vez más hasta que la aparición de la próxima pandemia, quizás incluso más contagiosa, suponga una amenaza biológica mundial aún más grave.
Simon Evans, profesor principal de Ecoturismo, Anglia Ruskin University (Reino Unido).
Artículo originalmente publicado en inglés por The Conversation y publicado en español con la colaboración de Casa África.
Traducción de María José Estupiñán Hosse y Andrea Zamora García.