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Francia y el genocidio de los tutsis, reflexiones a propósito del Informe Ducret (1ª parte)

Francia y el genocidio de los tutsis, reflexiones a propósito del Informe Ducret (1ª parte)
Rwandan Genocide Memorial, Geneva. Imagen: MHM55 en Wikimedia Commons

Boubacar Boris Diop

Novelista, ensayista, dramaturgo y guionista considerado uno de los grandes escritores actuales de África.

Aquí se habla de un genocidio, el último del siglo veinte, universalmente reconocido como tal. El mero hecho de ser considerado cómplice basta para sumir a alguien en un abismo de infamia.

El informe de la “Comisión de Investigación sobre los Archivos franceses relativos a Ruanda y al genocidio de los tutsis”, entregado el 21 de marzo de 2021 al presidente Emmanuel Macron, no es el primero que se haya interesado por las responsabilidades de Francia. En diciembre de 1998, la Misión Quilès publicaba, tras ocho meses de indagaciones, un voluminoso documento a propósito de una eventual implicación de París en el genocidio de los tutsis en Ruanda. La opción de los diputados por mantenerse en un simple trabajo de información dejaba presagiar una conclusión escrita de antemano: invitaban a los ruandeses a acepar ser responsables de su propia historia, a la vez que arañaban, de pasada, a las Naciones Unidas y, por pequeñas alusiones pérfidas, a la América de Bill Clinton. De manera igualmente previsible, el papel de París en la tragedia quedaba completamente negado. Apenas si se le reprochaba al régimen de François Mitterrand errores de apreciación debidos a una demasiado grande proximidad con el régimen corrupto, racista y violento de Juvénal Habyarimana.

Seis años más tarde, la “Comisión de Investigación ciudadana” iniciada por asociaciones (Survie y Aircrige entre otras) y personalidades de la sociedad civil, apuntaban con el dedo los silencios de peso y las contra-verdades de parlamentarios franceses evidentemente lastrados por la razón de Estado.

Si se añade a esas investigaciones la del grupo de expertos presidido por Vincent Duclert, eso suma, con todo, muchos informes, en tres decenios, sobre un país africano que Francia no colonizó jamás formalmente y en el que, por otro lado, ella no puso el pie sino a mediados de los setenta.

De hecho, si la opinión pública francesa no tomó nunca en serio el genocidio de los tutsis en Ruanda, el establishment político-mediático, por su lado, se mostró propenso, desde el comienzo, a analizarlo bajo el ángulo de una posible complicidad del Estado francés con sus planificadores. Y se puede decir que aquí dos visiones de la tragedia se enfrentan habitualmente.

Para ciertos intelectuales y hombres políticos, la palabra “genocidio” suena tan fuerte que les repugna la idea de que Francia haya podido verse mezclada, ni lo más mínimo, en la destrucción de los tutsis de Ruanda. Esa obsesión los ha llevado a menudo, en el curso de los últimos años, a excesos de lenguaje llegando a sobrepasar lo entendible. Se alude con frecuencia al famoso “En aquel país, un genocidio no es cosa de mucha importancia” de Mitterrand, citado por el periodista Patrick de St-Exupéry1. Pasando más allá de la increíble obscenidad de esas palabras, resulta fácil adivinar los estados de ánimo de un viejo hombre despavorido, como deseoso por convencerse, cueste lo que cueste, de que él no ha podido comprometerse – arrastrando con él a su país – en un “verdadero genocidio”, comparable con el que perpetró Adolf Hitler contra los judíos. Esa declaración es sobre todo uno de los síntomas de una taimada obsesión francesa por Ruanda que ha generado múltiples crisis de nervios. Insultar a las víctimas del genocidio de 1994 se ha trasformado poco a poco en una especie de ritual de exorcismo entre numerosos líderes de la opinión pública en el Hexágono. Ningún gargajo es considerado suficiente en la medida en que la animalización de las víctimas puede ayudar a “la patria de los derechos del hombre” a sentirse menos culpable.

El historiador Nicolas Bancel ha catalogado algunas declaraciones de misma índole que la de Mitterrand. Charles Pasqua, por ejemplo, invitado por el telediario de Antenne 2 en junio de 1994, no se corta un pelo al hacerle notar al periodista que lo ha invitado a reaccionar a las matanzas en curso en el país de las Mil Colinas: “¿Sabe usted? Hay que entender debidamente que, para esas gentes, el carácter horroroso de lo que ha pasado no tiene el mismo valor que para nosotros”2. Un mes después, el académico Jean d’Ormesson “llevado” por la Operación Turquesa por el lado de Gikongoro, regresa bullendo de júbilo y se desahoga en estos términos en el Fígaro literario del lunes 21 de julio de 1994: “¡A sus pañuelos: va a haber lágrimas! Almas sensibles, abstenerse: la sangre va a fluir bajo los machetazos. Por todas partes… la sangre ha fluido y seguirá fluyendo. Se trata de masacres grandiosas en unos paisajes sublimes”3. Sí, sí, lo han leído ustedes bien, aun cuando, treinta años después, siga siendo difícil entender cómo esas palabras pudieron ser escritas realmente en un respetable periódico parisino de gran tirada…

Sin querer remover el cuchillo en la herida, es menester recordar las innumerables bromas pesadas inspiradas a caricaturistas o cronistas de lo audiovisual por el sufrimiento del pueblo ruandés. Así, en 2014, muchas radios – y tal vez algunas cadenas de televisión – francesas se agruparon en el último piso de un gran hotel en Kigali para rendir cuenta del vigésimo aniversario del genocidio. Invitado por ellas en varias ocasiones, me ha sorprendido mucho ver hasta qué punto aquellos profesionales pasaban olímpicamente del contexto de recogimiento, dedicándose a disparar a cañonazo limpio contra el “dictador Kagame”. También es cierto que la tensión había subido bruscamente entre Kigali y París en la víspera de esa conmemoración. De hecho, François Hollande se había negado a ser representado y Kagame le había devuelto la pelota deslizando en un discurso en inglés su malvado “los hechos son tozudos”, que puso a los bromistas de su parte.

¿Cómo explicar que Ruanda sea el único país de los llamados “del campo” con el cual Francia mantenga una relación tan enfrentada y pasional? Se debe, sin duda, al hecho de que no está acostumbrada a verse reprochar los crímenes de la conquista colonial o las sangrientas derivas de la Franciáfrica. Ha sabido conservar siempre una influencia tan grande sobre su eximperio colonial que permanece aún hoy persuadida de haber actuado allí en beneficio exclusivo de las poblaciones africanas. Tal disposición de espíritu recuerda, sea dicho de pasada, la “doctrina de las buenas intenciones” característica, según Noam Chomsky, del imperialismo americano y, más ampliamente, occidental4. Hay que darse cuenta de que, a pesar de sus numerosas masacres coloniales – Madagascar, Sétif o Camerún – y de los centenares de miles de muertos de la guerra de Argelia, Francia sigue sintiéndose suficientemente inocente como por hacer adoptar, en febrero del 2005, una “ley sobre los aspectos positivos de la colonización”.

Es por ello por lo que le cuesta tanto comprender que la incriminen en la campaña de exterminio de los tutsis en 1994 cuando ella no blandió ni un solo machete ni disparó el menor tiro. Pero para quien conoce la historia contemporánea, resulta normal que Ruanda haga latir tan fuerte su corazón: y es que aquí se trata de un genocidio, el último del siglo veinte, universalmente reconocido como tal. El mero hecho de ser visto como cómplice basta para sumir a cualquiera en un abismo de infamia.

En realidad, todo hubiera sido más sencillo si Francia hubiera podido, como sabe hacerlo a las mil maravillas, escribir esa historia africana a su guisa.

La victoria política y militar del Frente Patriótico Ruandés la privó esta vez de cualquier posibilidad de manipulación de los hechos. Es seguro que con un régimen ruandés a las órdenes de París – o dependiente de sus subsidios – el relato del genocidio de los tutsis sería totalmente diferente en la actualidad. Tal vez incluso ni se hablaría ya en absoluto de él. La fuerte personalidad de Paul Kagame – al que, además, no se le puede negar un formidable sentido de la Historia – se lo ha puesto aún más difícil.

Lo era tanto más cuanto que, en el seno de la sociedad francesa, unos denunciantes anteriores a la carta habían hecho muy pronto del genocidio contra los tutsis en Ruanda el combate de su vida. Aun cuando la presencia más memorable y tutelar sea para siempre la de François-Xavier Verschave, fundador de Survie, la imagen emblemática de ese compromiso ciudadano podría ser perfectamente la de Jean Carbonare frente al presentador del telediario de las ocho de la tarde de France 2, Bruno Masure, aquel 24 de enero de 1993: “Lo que nos ha impactado en Ruanda, le explica, es a la vez la amplitud, la sistemática, la organización misma de esas masacres… Hay un mecanismo que se pone en marcha. Se ha hablado de purificación étnica, de genocidio, de crímenes contra la humanidad”. Y dándose a entender con mayor precisión: “Nuestro país, que sostiene militar y financieramente ese sistema, tiene una responsabilidad. Nuestro país puede, si quiere, influir en esta situación”. Y casi con lágrimas y la voz quebrada: “¡También usted, Sr. Masure, puede hacer algo! Usted debe hacer algo… para que esta situación cambie, porque se puede cambiar si se quiere”.

Ese momento de televisión entró en la leyenda, pero ningún responsable quiso extraer las consecuencias de ese excepcional grito de desamparo de Jean Carbonare, a la sazón, presidente de Survie.

Notas.

1. Patrick de Saint-Exupéry, Francia-Ruanda: un genocidio sin importancia, Le Figaro, 12 de enero de 1998.

2. Nicolas Bancel, «Los medios franceses frente a Ruanda. De la intervención francesa de 1900 al genocidio”», Africultures, n° 30, enero de 2002.

3. Jean d’Ormesson, Le Figaro, 21 de julio de 1991.

4. Noam Chomsky, La doctrina de las buenas intenciones, Charlas con David Barsamian. Fayard 2006.

Primera parte del artículo redactado originalmente en francés por Boubacar Boris Diop y traducido al español por Pedro M. Suárez. La segunda parte se publicará el 20 de enero de 2022.

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