Ya arrancó la COP26 en Glasgow con algunos acuerdos que empiezan a evidenciar que nuestros gobernantes se toman en serio la amenaza del calentamiento global: queda ahora confiar en que serán capaces de cumplir sus promesas
Estoy siguiendo con mucha atención el desarrollo de la Conferencia de las Partes sobre el cambio climático. Ya dije en un reciente artículo que esta COP26 era fundamental y decisiva para nuestro planeta, y el volumen y la importancia de las decisiones que se empiezan a tomar parecen confirmarlo. Permítanme hoy, en forma de apuntes, darles mi visión sobre lo más importante que está ocurriendo en Glasgow y cómo lo que estos días se discute afecta en general al mundo y, en particular por la labor que ahora me ocupa, al continente africano, del que geográficamente formamos parte en Canarias.
Acuerdo sobre el Metano: Pese a que ni India, ni China ni Rusia lo hayan aceptado, que cien países se hayan puesto de acuerdo en tomar medidas para reducir las emisiones de metano es muy importante, ya que ese centenar de países suponen el 70 % de las emisiones de este gas en el planeta. El metano no es un gas cualquiera, ya que se le atribuye cerca de un tercio de la responsabilidad del calentamiento global. Un acuerdo que obligará a todos los firmantes a esforzarse por atajar las emisiones en vertederos, el sector ganadero y el sector energético. Si en la actualidad la temperatura media del planeta se ha incrementado 1,1 grados centígrados en el último siglo, el metano tiene casi la mitad de responsabilidad por ello, ya que es un gas con mucho más poder destructivo que el dióxido de carbono.
El pacto de los 1,5 grados… A pocas horas de iniciarse la COP26, los países del G-20 tomaban un acuerdo muy, muy importante: el compromiso de reducir la temperatura del planeta en 1,5 grados en la próxima década. Un acuerdo que implica reducción de emisiones (que ya han vuelto oficialmente a los niveles prepandemia) y que además compromete a los 20 países más ricos del mundo a poner sobre la mesa 100 000 millones de euros para que los países en desarrollo puedan responder al cambio climático.
¿Un acuerdo realista? Lo difícil, claro está, es pasar de las palabras a los hechos y conseguir cumplir con este compromiso de los 1,5 grados a tiempo. Ayer mismo leíamos que los científicos (que es a quien hay que escuchar de verdad en esta cumbre) afirman que, al ritmo actual, en solo 11 años se alcanzará este incremento de grado y medio que nos hemos planteado alcanzar a final de este siglo, es decir, ¡¡¡dentro de 80!!! ¿Seremos capaces de pararlo?
La primera hambruna climática, en África. Los ejemplos sobre cómo el cambio climático está afectando de manera tan contundente al continente africano se han repetido hasta la saciedad en estos primeros días de conferencia. La de Madagascar, por ejemplo, se considera ya a todos los efectos como la primera hambruna con causas totalmente achacables al cambio climático. Un país que solo contribuye al calentamiento global con el 0,01 % de las emisiones tiene en estos momentos a 1,3 millones de personas sufriéndolo. Son la suma de cinco años consecutivos de sequías, unas fuertes tormentas de arena potenciadas por la deforestación y la crisis que ha conllevado la pandemia, lo que ha llevado a crear lo que Naciones Unidas ha llamado ‘la tormenta perfecta’: sus informes describen imágenes de niños y niñas desnutridos como no se veían desde hace ya muchos años en el continente.
Ejemplos por todo el continente. Vamos tarde en tomar medidas porque los efectos son ya inevitables. Me he centrado en Madagascar, pero hay ejemplos por todo el continente, como el Sahel, Mozambique o Kenia, Somalia y la zona del cuerno de África. De hecho, la joven defensora del medio ambiente keniana Elizabeth Wathuti pronunció un discurso este lunes en el que advirtió que dos temporadas de lluvias inexistentes y la constatación científica de que puede pasar otro año sin precipitaciones agravan el escenario de ríos secos, cosechas perdidas y muertes de personas y animales en su país. «He visto con mis propios ojos a tres niños pequeños llorando a la orilla de un río seco después de caminar 12 millas con su madre para encontrar agua», denunció antes de lanzar una petición de ayuda a los líderes mundiales en nombre de la infancia africana.
Las migraciones climáticas. En un contexto en el que las migraciones se suelen enfocar como amenaza y se favorece la restricción de movimientos, la desaparición de este tema de la agenda de la COP26 es preocupante. La inacción política parece la única solución disponible para los dilemas de las personas que se mueven por el mundo huyendo de los fenómenos meteorológicos extremos asociados al cambio climático. La propia Organización Internacional de las Migraciones (OIM) habla de un intento colectivo (bastante logrado) de ponerse de perfil ante este problema, a pesar de que la Comisión Europea se interesa en el asunto desde hace más de una década. Enterrar la cabeza en la arena no elimina la existencia de esta realidad: se calcula que habrá 86 millones de refugiados climáticos por el continente africano en 2050. Gente que se verá obligada a dejar su tierra por las condiciones extremas que provoca el fenómeno del calentamiento global y que se arriesga a encontrar indiferencia y muros frente a ellos. Recordemos que el miedo a perder votos está paralizando iniciativas progresistas para gestionar las migraciones de una manera diferente, mientras que la extrema derecha y los discursos racistas y xenófobos ganan terreno en todo Occidente.
África y la financiación. El presidente del Banco Africano de Desarrollo, Akinwumi Adesina, harto de escuchar las cifras que evidencian que África es el continente que más sufre la crisis climática siendo el que menos contamina, lo soltó sin tapujos: “Nosotros no necesitamos más datos, necesitamos financiación”. Lo mejor de las palabras de Adesina es que no tratan de pedirle dinero a los que contaminan, sino de reclamarles, por lo menos, un esfuerzo igual al que han anunciado los propios africanos. El Banco Africano de Desarrollo (BAFD) y el Centro Global de Adaptación presentaron en Glasgow el Programa de Aceleración de la Adaptación de África (AAAP), un esfuerzo conjunto para impulsar acciones resistentes al clima y al que destinarán 25 000 millones de dólares. En esa iniciativa se proponen, entre otros, proyectos para implementar nuevas tecnologías que mejoren la agricultura y la seguridad alimentaria, proyectos para fomentar la emprendeduría en sectores vinculados a la adaptación al cambio climático y la toma de decisiones innovadoras en materia financiera.
La soga de la deuda. El del dinero es un tema primordial y que preocupa, con razón, a los africanos. Un reciente informe sacaba el dato de que los países de menor renta gastan cinco veces más en pagar la deuda que ya tienen con las naciones ricas que en medidas para combatir el cambio climático. Los elevados pagos de la deuda son una auténtica soga en el cuello e impiden los esfuerzos para la adaptación,
El peligro de la hipocresía climática o el colonialismo verde. El influyente Foreign Policy escribía ayer sobre ello. Mientras un país como Noruega está ganando más dinero que nunca con las ventas de gas (a un precio disparatado, algo que todos constatamos mes a mes en nuestra factura eléctrica), en la COP26 está presionando, apelando a la emergencia climática, para que el Banco Mundial deje de financiar nuevos proyectos basados en el gas en África y otros países en desarrollo a partir de 2025. Algunos africanos a esto lo llaman ahora colonialismo verde, o la patada en la escalera que ya mencioné en un artículo anterior. En el continente más de 400 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios. El equilibrio entre la energía que será necesaria para conseguir desarrollo y el respeto al medio ambiente por parte del continente que menos contamina es otra de las finas líneas por las que transita esta COP26. Seguiremos atentos.
Artículo redactado por José Segura Clavell y publicado el 7 de noviembre de 2021 en Canarias 7.