El 70 % de los muertos por fenómenos climáticos extremos de los últimos 20 años ha ocurrido en los países más pobres, que tienen aún escasos e insuficientes sistemas meteorológicos de alerta temprana para actuar ante grandes desastres naturales
Las recientes inundaciones en Kenia o Costa de Marfil han vuelto a evidenciar el devastador impacto que los fenómenos asociados al cambio climático están teniendo en África. En Kenia, más de 200 personas perdieron la vida, miles fueron desplazadas y casi 2000 escuelas resultaron destruidas. El país entero tuvo que cerrar todo el sistema educativo y el impacto económico se sentirá durante años, según dicen los expertos. En Costa de Marfil es desolador ser testigo del derrumbe de edificios e infraestructuras y observar que, un año más, el diluvio sobre ciudades como Abiyán se cobra vidas, nos sobrecoge y destruye partes de la ciudad.
Lo más duro del fenómeno referenciado en Kenia es que las lluvias llegaron a mediados de abril como una bendición, un milagro. Eran las primeras lluvias copiosas tras cinco años de durísimas sequías, achacables también al cambio climático. Pero fueron terribles, lluvias torrenciales que arrasaron barrios enteros de pueblos y ciudades de la región. Igual sucedió en Costa de Marfil, país que fue protagonista de los medios esta primavera cuando se supo que precisamente las lluvias asociadas al fenómeno meteorológico El Niño, inusualmente intensas en diciembre del año pasado, y las sequías posteriores que se ven interrumpidas ahora por nuevas lluvias intensas, han resultado en malas cosechas de cacao y subida de precios de un lujo muy nuestro, el chocolate.
La dureza de estos eventos extremos pone de relieve no solo la vulnerabilidad de la región, sino también la urgente necesidad de mejorar la infraestructura de monitoreo climático, algo de lo que ya les he hablado en otras ocasiones, pero que es una de las necesidades de las que África tiene gravísimas y preocupantes carencias.
El déficit de estaciones meteorológicas en África impide una previsión precisa y oportuna, exacerbando las consecuencias de desastres naturales y limitando la capacidad de los gobiernos y comunidades para prepararse y responder eficazmente.
La inversión en sistemas de alerta temprana es urgente y necesaria. Además de las trágicas pérdidas humanas, hay que resaltar que un reciente estudio del Banco Mundial sostenía que, invirtiendo 1000 millones de dólares en sistemas de alerta temprana, lograríamos evitar 35 000 millones de dólares en pérdidas cada año. La información que aportan estos sistemas permite preparar a la población y a las infraestructuras de la llegada de fenómenos extremos.
En estos momentos, la realidad es dura, avalada por varios datos que lo evidencian: uno, que el 60 % de los africanos no tiene acceso a sistemas de alerta temprana, la tasa más baja de cualquier región del mundo. Dos, que, en los últimos 50 años, alrededor del 70 % de las muertes por desastres relacionados con el clima se han producido en los 46 países más pobres del mundo. En esa lista, mayoritariamente aparecen países africanos. Y tres, que los fenómenos extremos relacionados con el cambio climático han provocado 15 veces más riesgos mortales en África, Asia meridional, América del Sur y Central y los pequeños Estados insulares que en el resto de los países del mundo, es decir, en los países ricos.
Para ponerles algún ejemplo más concreto, un estudio publicado en la revista Nature ponía en evidencia el ‘desproporcionado’ peaje que pagaba África en el impacto de los fenómenos climáticos extremos: el continente sumaba en el periodo 2000-2022 un número mayor de inundaciones graves y fallecimientos que lo que sumaban toda Europa y Norteamérica juntas y registraba comparaciones vergonzantes, como la que decía que mientras en Norteamérica fallecieron un centenar de personas por el huracán Ida (donde sus residentes fueron avisados antes de su llegada), el ciclón Idai mató a más de mil personas en Mozambique y Malaui, ya que pilló por sorpresa a la población de la zona. Ambos eran fenómenos extremos con ciertas similitudes, de vientos superiores a los 200 kilómetros por hora.
La preparación y respuesta a estos fenómenos son fundamentales para evitar víctimas y grandes pérdidas económicas. Su aplicación es simplemente cuestión de inversión y gestión: sistemas hidrometereológicos de varios niveles, que permiten la vigilancia, la previsión y la predicción inmediata. Tienen una altísima efectividad al prever con detalle eventos extremos con hasta seis horas de antelación. Seis horas que pueden ser inmensamente útiles ante cualquier fenómeno extremo.
El problema es el desfase existente en el continente africano, sangrante y que supone otro abismo en el desarrollo en comparación a los países del norte: según datos de 2022, entre Europa y Estados Unidos se contaban hasta 636 estaciones de radar meteorológico para cubrir 20 millones de kilómetros cuadrados en los que viven 1100 millones de habitantes. En África, en 2023 solo había 37 estaciones para cubrir 30 millones de kilómetros cuadrados y 1300 millones de habitantes. Y la mitad de las estaciones africanas no proporcionan datos con la precisión que sí lo hacen las estaciones europeas y del norte de América.
En los últimos años, hemos visto cómo Naciones Unidas y la Unión Africana han ido dando pasos en la mejora en este campo, dado que son conscientes del impacto positivo que tiene hacerlo. En 2022, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, presentó Alertas Tempranas para Todos, una iniciativa global para llevar los sistemas de alerta temprana a todos los habitantes de la Tierra para 2027. Al año siguiente, se dio a conocer en Nairobi un plan especializado para África, el Plan de Acción de Alertas Tempranas para Todos.
Poco a poco hemos ido recabando informaciones de que, efectivamente, se están dando pasos. Sin ir más lejos, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) aprobó la semana pasada una hoja de ruta para acelerar y ampliar la aplicación de la iniciativa, cuyas siglas en inglés son EW4All, pero también hizo un llamamiento de que es necesaria mucha cooperación para lograr realmente el objetivo de que en solo tres años todos los países gocen de sistemas efectivos ante fenómenos extremos.
«Para establecer sistemas sólidos de alerta temprana, la comunidad internacional y los gobiernos deben prestarles un mayor apoyo político y estratégico, y comprometer importantes inversiones en infraestructuras, tecnología y formación», decía el presidente de la OMM, Abdulla Al Mandous, al cierre de una reunión celebrada en Ginebra (Suiza).
Un país comunitario como Dinamarca, por ejemplo, anunció también hace muy pocos días una inversión de 5 millones de euros para colaborar en el marco de EW4All en el establecimiento de servicios de alerta temprana en cinco países africanos: Níger, Somalia, Sudán del Sur, Tanzania y Uganda.
Pienso, y ya desde hace mucho tiempo, que este es un asunto de potencial colaboración en el que nuestro país podría ser de gran utilidad para el continente africano. De hecho, ya desde Casa África lanzamos en 2020 la propuesta de empezar a caminar para establecer una red iberoafricana de oficinas de cambio climático que permitiese mejorar la capacidad de generar alertas tempranas y facilitase trabajar en equipo. El conocimiento y tecnología disponibles en España son conocidos a nivel internacional, por lo que pienso que podemos ser muy útiles en un tema que sabemos preocupa a los países de nuestro entorno. Y, de nuevo, considero que una colaboración de este tipo no es solo beneficiosa para nuestros vecinos africanos, puesto que somos parte de su vecindario, también estamos experimentando un cambio climático que no reconoce fronteras y estas iniciativas solamente pueden mejorarnos la vida a todos.
Artículo redactado por José Segura Clavell, director general de Casa África, y publicado en Kiosco Insular, eldiario.es y Canarias 7 los días 21 y 22 de junio de 2024.