Con ocho nominaciones a los Premios César franceses y la nominación al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Timbuktu ha logrado situar las cinematografías de África de nuevo en la actualidad audiovisual mundial. Dirigida por el mauritano Abderrahmane Sissako, uno de los directores africanos con mayor proyección internacional, la cinta retrata la lucha de un pueblo por no perder su dignidad ante una ocupación y represión que también muestra absurdas y contradictorias.
Los alrededores de la legendaria Tombuctú (Mali) han caído en manos de extremistas religiosos. Kidane vive tranquilamente en las dunas con su esposa Satima, su hija Toya e Issam, un niño pastor de 12 años. En la ciudad, los habitantes padecen el régimen de terror impuesto por los yihadistas, que prohíben escuchar música, reír, fumar e incluso jugar al fútbol. Las mujeres se han convertido en sombras que intentan resistir como pueden. Cada día, unos tribunales improvisados lanzan sentencias tan incongruentes como trágicas. Hablamos con Ibrahim Ahmed, músico y actor que protagoniza Timbuktu:
Casa África: Háblanos de Timbuktu y de Kidane, el protagonista al que das vida.
Ibrahim Ahmed: Timbuktu es una película acerca de los acontecimientos que tuvieron lugar en el Sahel hace unos años. Kidane, en realidad, es un personaje que refleja la imagen de cualquier hombre en una comunidad donde hay guerra. Él no ha pedido que viniese esa guerra. Kidane simboliza la resistencia pacífica de estas comunidades. Rehúsa marcharse e intenta seguir con su vida habitual a pesar de las dificultades. Quizá lo mejor sea decir que Kidane personifica la esperanza.
C. A.: ¿Por qué crees que es necesaria esta película?
I. A.: Timbuktu es necesaria porque el extremismo está aquí. Se sabe lo que ocurrió en el Sahel, desde luego, todos saben que el Sahel cayó en manos de los extremistas, pero las noticias también pasan de moda. Ya se sabe, la desgracia siempre ocurre en casa del otro. Por eso me parece que, a pesar de que Occidente sepa lo que ha pasado y sigue pasando, se debe mostrar más y de otra forma, como puede ser a través de una película como esta.
C. A.: Viniendo del mundo de la música, ¿cómo ha sido la experiencia como actor?
I. A.: Me parece más fácil actuar que componer y escribir una pieza musical. Pero quiero añadir que si el trabajo de actor me parece fácil, es gracias a Abderrahmane Sissako. Es un hombre muy sencillo que sabe exactamente lo que quiere, que nunca me impuso nada. Siempre me pidió que actuara con el corazón, de forma espontánea. Crea un ambiente muy agradable en el plató y fue una muy buena experiencia.
C. A.: ¿Pueden el cine y la música servir como un instrumento para avanzar en la paz social?
I. A.: Sí, creo que el cine y la música pueden ayudar. El cine, a pesar de ser algo moderno, es un arma de comunicación muy poderosa; se puede utilizar para criticar y denunciar, como hace esta película. La música es otra cosa. La música siempre ha existido, siempre ha estado. Es imposible erradicar la música de la vida de la gente, los seres humanos llevamos la música dentro, es innata, la música siempre está presente.
C. A.: Mali es conocida, entre otras expresiones culturales, por su música, con grandes nombres como Ali Farka Touré, Boubacar Traoré, Salif Keïta o la propia Fatoumata Diawara, compañera de rodaje en Timbuktú. ¿Es posible un Mali sin música?
I. A.: Además de los artistas mencionados, tampoco se debe olvidar al grupo Tinariwen, dedicado a la música tuareg. Mali no sería Mali sin su música. Mali es conocido por su cultura y su arte. Mali es el alma musical de África occidental.
C. A.: ¿En qué medida crees que contribuirá la nominación al Oscar a una mayor difusión del cine que viene de África?
I. A.: Todos esperamos que contribuya a que el cine africano tenga una mayor presencia en el mundo occidental. Algunos realizadores africanos son muy conocidos, pero se hace mucho más cine en África, y hay gente muy buena totalmente desconocida. El problema es que es un cine que no se ve, y se debe a que hoy en día todo se politiza, incluso el arte. Hay que universalizar el arte para que los pueblos se conozcan mejor.
C. A.: Han pasado tres años del conflicto en Mali, que ha dejado cientos de miles de refugiados internos y pérdidas inconmensurables en su patrimonio histórico. ¿Cómo ves actualmente tu país natal?
I. A.: Siempre hay esperanza de que vuelva a reinar la paz. Actualmente, el fenómeno está debilitado, pero no erradicado. Efectivamente, ha habido muchísimos desplazados, pero hay que tener en cuenta que en el Sahel el exilio es algo habitual, aparte del hecho de que la mayoría de la población es nómada. Los exiliados quieren volver, quieren abandonar los campos, pero no lo harán mientras el Gobierno maliense no ofrezca una solución a sus problemas. La revolución tuareg empezó hace 50 años. Pero soy optimista y espero que, de aquí a dos o tres años, la gente pueda comenzar a volver, yo el primero.
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