Hace unos días, miles de manifestantes invadieron el Parlamento de Burkina Faso, impidiendo así la celebración de una votación que pretendía, por tercera vez desde la proclamación como presidente de Blaise Compaoré, modificar el artículo 37 de la Constitución con el fin de permitirle a éste mantenerse en el poder que llevaba ejerciendo desde hace 27 años. Aunque en principio el Presidente había anunciado la celebración de un referéndum, la reacción del pueblo de Burkina frente a sus pretensiones le hizo desistir de la fórmula plebiscitaria para refugiarse en la votación parlamentaria que le garantizaba el logro de su propósito, dada la amplia mayoría con la que cuenta desde las primeras elecciones, de dudosísima legitimidad aquellas y todas las celebradas posteriormente. El éxito de la rebelión ciudadana y la posterior intromisión del ejército en la vida política del país han creado una situación de confusión que hace difícil saber cuál será el resultado final de las movilizaciones populares. En cualquier caso, para dilucidar el enigma habría que tener en cuenta diversos elementos fundamentales vinculados a la situación actual del país:
1. Los movimientos ciudadanos
En primer lugar es de destacar que la rebelión popular que ha obligado a Compaoré no solo a abandonar el poder sino a huir del país no ha sido una reacción espontánea del pueblo burkinabé. Por el contrario, se trata de un movimiento ciudadano puesto en marcha hace más de un año por dos músicos, el rapero Smockey y el cantante de reggae Sams K le Jah, con el nombre de Le balai citoyen (La escoba ciudadana) con el fin de barrer del poder a Blaise Compaoré y denunciar la mala gobernanza del país. También han intervenido otras iniciativas ciudadanas, como los comités antireferéndum y algunos partidos políticos de la oposición.
La presencia de ambos músicos en la escena política de Burkina no es nueva: ya en la celebración del XX aniversario del asesinato de Sankara, hace 7 años, Sams K Le Jah, que participó activamente en las celebraciones, sufrió la presión del gobierno en su contra y vio cómo le despedían como presentador de un programa en una emisora de radio nacional y le quemaban el coche para disuadirlo de seguir adelante con el programa de actos, que finalmente fue un éxito absoluto, con la participación de decenas de miles de personas en todo el país. Desde que Blaise anunciara su intención de perpetuarse en el poder, Le balai citoyen multiplicó sus actos de protesta, hasta llegar a los días previos a la votación parlamentaria, donde cientos de miles de ciudadanos —un millón, según algunas fuentes— salieron a la calle para acabar expulsando del poder a Blaise Compaoré, algo que pilló desprevenidos a todos, empezando por el propio presidente. La fuerza de Le balai citoyen y de los movimientos ciudadanos es pues importante y su disposición a seguir la lucha hasta lograr la instauración de la democracia tendrá que ser muy tenida en cuenta en lo que suceda a partir de ahora en el país.
2. La reacción militar
Nada más consumarse la expulsión del poder de Compaoré, las Fuerzas Armadas entraron en acción. En primer lugar fue el general Honoré Traoré quien se autoproclamó responsable de la transición del país hacia la democracia, dando un plazo de doce meses para la celebración de elecciones, pero inmediatamente su nombre fue sustituido por el del teniente-coronel Isaac Zida. Todo ello da muestras de la división interna del ejército, pero también de su intención de hacerse con el poder aprovechando el vacío dejado por la huida de Compaoré. Las primeras reuniones de los responsables militares con representantes de Le balai citoyen y la petición de estos de que las fuerzas armadas asumieran su responsabilidad desató las críticas hacia el movimiento de los principales partidos de la oposición, evidentemente celosos del protagonismo de un movimiento que se escapa a su control. Sin embargo, los portavoces de Le balai citoyen dejaron claro en reciente rueda de prensa que se refería no a que el ejército asumiera el poder sino a que no reprimiera en la calle las protestas ciudadanas y se pusiera del lado de los manifestantes. En cualquier caso, tanto Le balai citoyen como los comités antireferéndum y la oposición reclama a los militares que vuelvan a sus cuarteles y que dejen el proceso de transición en manos de representantes de la sociedad civil. Está por ver quién ganará un pulso en el que los militares no parecen dispuestos a ceder [Actualización: El diplomático Michel Kafando pilotará la transición tras el golpe militar en Burkina Faso].
3. El regreso del sankarismo
Compaoré llegó al poder el mismo día que hizo asesinar a su compañero de armas y amigo íntimo, el presidente Thomas Sankara, el 15 de octubre de 1987. Sankara, a lo largo de sus cuatro años como presidente del país, había llevado a cabo profundas transformaciones políticas, económicas y sociales, eliminando el derroche y la corrupción y obteniendo logros impensables en el contexto africano de aquellos años en el campo de la economía endógena, de la igualdad entre hombres y mujeres, de la sanidad, de la educación, de la cultura y en general en todos los ámbitos de la acción política. El sankarismo se había convertido en el máximo referente político en el continente africano para todos los pueblos que aspiraban a la transformación de sus sociedades, la expulsión de los dictadores corruptos impuestos por las antiguas metrópolis y la independencia absoluta de éstas. Mantuvo además un discurso panafricanista que defendía, entre otras medidas, el impago de la deuda, por concebirla como instrumento perverso para perpetuar la dominación del continente africano por parte de las antiguas metrópolis.
Eso era mucho más de lo que podía permitir Francia, que urdió, con la probable participación de la CIA y de países del entorno fieles al Eliseo (Costa de Marfil y Togo), la trama que acabó con la vida de Sankara y aupó al poder a Compaoré, quien desató una represión sangrienta en los meses que siguieron. Ese referente sigue vivo hoy y ha sido el motor del movimiento popular que ha expulsado del poder al asesino de Sankara. El regreso del sankarismo en el nuevo Burkina Faso sería una excelente noticia, pero la división entre los partidos políticos sankaristas y la ausencia de un líder carismático que los aglutine puede ser un serio inconveniente.
4. Los intereses de Francia en la región
Blaise Compaoré era el gran amigo de Francia en África Occidental. En un arranque de sinceridad, Hollande confirmó hace unos días que su gobierno había colaborado en su salida del país. La antigua metrópoli se queda sin su mejor aliado, a quien propuso que renunciara a la reelección a cambio de un cargo internacional, lo que Compaoré rechazó. Tras el asesinato de Sankara, Francia reconoció de inmediato al nuevo jefe de Estado y lo recibió con todos los honores, en varias ocasiones, en el Eliseo, a pesar de su responsabilidad en la represión post Sankara, el asesinato de opositores como el periodista Norbert Zongo en 1998 —cuando investigaba los desmanes del hermano del presidente, François Compaoré—, la participación en las guerras civiles de Sierra Leona y Liberia —su nombre aparece varias veces durante el juicio a Charles Taylor en La Haya—, o su enriquecimiento desmedido a costa de las arcas del estado burkinabé, entre otros.
Francia puso en marcha una operación cosmética a favor del dictador electo gracias a su apoyo en la financiación de la campaña electoral y la manipulación de los sucesivos procesos electorales (los porcentajes de votos a favor superiores al 80% hablan por sí solos), presentándolo como el gran mediador de conflictos en África Occidental y atreviéndose a un intento de presentar su candidatura al Nobel de la Paz en 2012. París convirtió el país en su principal base estratégica en la región, desde la cual “dirige la lucha contra el terrorismo islámico”, una operación encargada de disimular las verdaderas razones de su presencia en la zona: el control de la producción de uranio de Níger, que alimenta su programa de energía nuclear, el mantenimiento de su presencia en la vecina Mali, donde grandes yacimientos de petróleo, uranio y oro esperan a ser explotados, y en general el control militar y político de lo que sucede en una región estratégica para sus intereses. Francia, por lo tanto, no está dispuesta a que el futuro de Burkina Faso se diseñe sin su visto bueno.
5. La impunidad de Compaoré
Ni la oposición ni los movimientos ciudadanos están dispuesto a que los crímenes de Compaoré queden impunes, empezando por el asesinato de Thomas Sankara. En 2006, el Colectivo Jurídico Internacional Justicia para Sankara (CJIS) consiguió que el Comité de los Derechos Humanos de la ONU se pronunciara contra el gobierno de Burkina Faso, obligándolo entre otras cosas a la publicación de la resolución en los medios públicos del país (la única orden que acataron, haciéndola aparecer en la web gubernamental), la indemnización a la familia Sankara (que esta rechazó) y la rectificación del acta de defunción del presidente asesinado, que recoge como causa de su fallecimiento la muerte natural, lo que ha permitido hasta ahora que los jueces —en un sistema judicial absolutamente controlado por el ejecutivo— rechace reiteradamente las demandas presentadas por Mariam Sankara y sus hijos. Un par de años más tarde, a pesar de no haber acatado las órdenes que emanaban de su resolución, la Comisión de Derechos Humanos de la ONU cedió a la incesante presión de Francia y EE.UU. y se dio por satisfecha, cerrando así el caso, con las inexistentes actuaciones del gobierno Compaoré. Pero son muchos más los cargos a los que debería responder el expresidente, desde el asesinato de Zongo y otros muchos, su enriquecimiento ilícito y su participación en las guerras de Sierra Leona y Liberia en apoyo a los señores de la guerra que asolaron ambos países.
Si el ejército burkinabé y Francia facilitaron la huída del dictador antes de que fuera arrestado por la población, tuvo que cambiar sus planes cuando se dirigía hacia Po por carretera para escapar a Togo al saber que la población se había movilizado para detenerlo, y tomar un helicóptero enviado con urgencia por el presidente marfileño Alassane Ouattara, a petición de François Hollande. La lucha contra la impunidad de Compaoré será otro caballo de batalla en el tablero en que se juega la partida del futuro del país.
6. La miseria
Burkina Faso es el cuarto país más pobre del mundo. Ese dato contrasta con el enriquecimiento ilícito de Compaoré y su entorno, con el visto bueno de Francia, cuya estrategia poscolonial se ha basado siempre en instalar líderes corruptos a cambio de la sumisión a sus dictados. En este sentido, Compaoré fue un alumno privilegiado y obediente. El gran problema del país es la supervivencia de su población. Sankara había afrontado el reto con éxito, generando una economía de autoconsumo y una reforma agraria —que, en palabras del exrelator de la ONU para el derecho a la alimentación, el suizo Jean Ziegler, constituyó un hito en la región al convertirse en el único país capaz de autoabastecerse en cereales—, la eliminación de la corrupción y otras rémoras como el nepotismo (los miembros directos de su familia y las de los ministros tenían prohibido acceder a cargos de relevancia en la administración), la inversión en educación y sanidad, entre otras muchas medidas. El desmantelamiento, por parte de Compaoré, de las estructuras y proyectos puestos en marcha por el gobierno sankarista devolvió a Burkina Faso a la situación de pobreza endémica que padecía antes del acceso a la presidencia de Thomas Sankara, situación que aún perdura tras sus 27 años de gobierno. El regreso de la democracia deberá estar íntimamente vinculado al desarrollo del país y a la mejora de las condiciones de vida de la población, así como a la lucha contra la corrupción y la creación de instituciones democráticas sólidas y eficientes, o estará condenado al fracaso.
Estos son algunos de los elementos que entrarán en juego en el complejo camino de Burkina Faso hacia la restauración de la democracia. A su favor tiene el hecho de que la sociedad civil, asociaciones ciudadanas y ciertos partidos políticos hayan tomado las riendas del destino de un país que parecía condenado al sometimiento eterno a un régimen corrupto y represor, expulsando al presidente, algo que nadie podría haber imaginado —empezando por el propio Compaoré— hasta el momento mismo en que ocurrió. También a su favor, la formidable herencia del sankarismo, el paso por una experiencia política que durante cuatro años devolvió a los ciudadanos la dignidad perdida y la convicción de que su destino estaba en sus propias manos y cuyo recuerdo pervive en el recuerdo de la población. Si esto ya ocurrió entre 1983 y 1987, ¿por qué no puede hacerlo de nuevo hoy?, se preguntan muchos burkinabeses. En su contra, el intento de los militares de hacerse con el control del país, los políticos afines a Compaoré que seguirán al acecho de una nueva oportunidad y la poderosa e imborrable sombra de Francia, que planea sobre tantos pueblos africanos. Y, evidentemente, la miseria, la dificilísima situación económica y social que 27 años de gobierno de Compaoré ha dejado como legado.
Mientras tanto, toda África dirige su mirada hacia Burkina Faso, cuyo valeroso pueblo ha logrado expulsar del poder nada más y nada menos que al presidente del país, discípulo predilecto de París. Tal como ocurrió durante los años de Sankara, el resto del continente mira con envidia y admiración al pueblo burkinabé.
Antonio Lozano nació en Tánger. Licenciado en Traducción e Interpretación, ha escrito ocho novelas —entre las que se encuentra El caso Sankara— y recibido varios premios a su trayectoria. Actualmente reside en Gran Canaria, donde dirige el Festival del Sur-Encuentro Teatral Tres Continentes.
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