«La caridad es el opio de los privilegiados”
«Hormigueros de la Sabana«, de Chinua Achebe, escritor nigeriano.
“Después de esto no podremos seguir igual”. Es una frase que muchas personas dijeron en marzo de 2020, cuando un coronavirus –palabra que la mayoría desconocíamos- azotó nuestras vidas por completo. “Esto ha demostrado que las cosas, tal y como van, no son sostenibles”, concluíamos, como quien descubre algo. Bobos. Un año y medio después rezamos para volver a la normalidad, tan fea como siempre y estamos agradecidos. La pandemia ha sido una gran lección sobre qué son las expectativas. Si un capataz amenaza de muerte a un trabajador y finalmente no cumple, la víctima se sentirá –casi- aliviada de seguir trabajando como antes, tan explotada como siempre.
La situación actual es una metáfora de tantas cosas. El mundo, tecnológicamente hablando, nunca estuvo mejor que ahora. Gracias al aumento de la productividad agrícola hay comida para 12 000 millones de personas en un planeta que cuenta con 7000 millones. Y, sin embargo, muchos no comen lo suficiente porque simplemente no pueden pagarla. En 2020, millones andaban desorientados ante el avance de la covid-19: unos, encerrados en sus casas; otros, vendiendo en los mercados. En el confinamiento también ha habido clases. Todos se preguntaban qué pasaría con sus vidas, hasta que llegó la vacuna salvadora. Pfizer nos sacó de un buen lío, y nunca les estaremos lo suficientemente agradecidos. En Israel, la nueva normalidad se brindaba deseando “larga vida a Pfizer”. Su CEO, Albert Bourla, es un griego hijo de supervivientes del Holocausto, y tenía claro que la vacuna había impedido una crisis similar “a las del siglo XVII”. El 9 de noviembre de 2020, todos recibimos una nueva vida. Después la cosa se fue torciendo.
La máquina más eficiente
Mientras los países occidentales celebramos nuestras particulares inauguraciones de una libertad recuperada, en la mayoría de países africanos no hay vacunas suficientes para inocular a la población. En el continente, la cifra de vacunados no llega al 10 %, y en algunos países apenas se ha vacunado al personal sanitario. Sudáfrica e India, ya en octubre de 2020, propusieron la suspensión temporal de las patentes. Factorías de todo el mundo, desde Bangladesh hasta Canadá, se han ofrecido para manufacturar las dosis necesarias. Incluso Estados Unidos, en mayo de este año, anunció su apoyo a la iniciativa. Medio año después, se han movido pocas cosas. Bourla insiste que Pfizer es “la máquina más eficiente para convertir materias primas en dosis”. La suspensión de las patentes, según él, acabaría con los materiales desperdiciándose en almacenes de Sudáfrica, India o China, con técnicos intentando sin éxito hacer dosis de las que desconocen la fórmula. Hacia finales de 2022 la escasez habrá acabado gracias al aumento de producción, dice Bourla.
También están en juego, claro, muchas más cosas. Durante los 6 primeros meses de 2021, Pfizer ingresó 33 000 millones de dólares. Más de 11 000 procedían exclusivamente de la vacuna contra la covid-19. En total, la empresa tuvo, una vez descontados los gastos, beneficios de 10 000 millones de dólares. En medio año. Y espera ganar muchos más. La prensa económica analiza al detalle las diferentes predicciones sobre las futuras ventas. Miles de millones de dólares dependen de ello: Pfizer y Moderna dominarán el mercado de vacunas el año que viene, generando 93 200 millones en ventas, el doble que en 2021, anunció Airfinity. Otros consideran que a partir de 2024 la demanda caerá definitivamente y el coronavirus será un recuerdo felizmente superado. Si hay vacunas adicionales cada año, el negocio es considerable: entre Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia, España, el Reino Unido y Japón representan casi 14 000 millones de dólares en ventas, y la cifra podría subir hasta superar los 19 000 en 2026, según GlobalData. El 64 % de los ingresos de Pfizer proceden de los países ricos que han comprado sus vacunas; en el caso de Moderna, la cifra es del 75 %. A partir de 2022 se usarán 10 000 millones de dosis, muchas de ellas servirán para reforzar el sistema inmunitario de personas que ya están vacunadas; solamente 198 millones de dosis irán a los países pobres.
Es un juego de expectativas. Moderna, una empresa semidesconocida en 2019 para el gran público, tiene una capitalización bursátil de 135 000 millones de dólares. Su acción, hace un año, valía 71 dólares; hoy vale 333. Su CEO, Stéphane Bancel, bromeó en el podcast de Blackrock sobre el futuro de la medicina: les decía a sus amigos que, si se esperaban unos años, las vacunas de ARN mensajero serían capaces de acabar con el cáncer. Pfizer, como la mayoría de compañías en la bolsa norteamericana, tiene como principales inversores a los fondos Vanguard, Blackrock y State Street. Al repartir 1,56 dólares de dividendos por acción, obtendrían 711 millones, 635 millones y 435 millones, respectivamente.
Mientras tanto, 62 países de renta media y baja se enfrentan a casi 700 000 millones de dólares de deudas. La pandemia ha aumentado la deuda pública de todos los países del mundo, pero ahí también ha habido diferencias: mientras los países ricos monetizaban deuda a través de sus bancos centrales con tipos cercanos al 0 %, los países más pobres se han endeudado a tipos crecientes y aplicarán programas de austeridad en el futuro. Los acreedores privados (como Blackrock) se han negado a participar en cualquier maniobra de alivio de la deuda. El dinero que cobran de la deuda de los países más pobres puede servir para muchas cosas: como, por ejemplo, comprar más acciones de Pfizer para ganar más dividendos gracias a las vacunas que se quedan –y pagan gustosamente- los países ricos. Los países africanos no tendrán normalidad económica hasta que tengan a la mayoría de su población vacunada. Mientras tanto, seguirán endeudándose en los mercados internacionales para mantener estructuras económicas muy frágiles. En los próximos 5 años, deberán pagar hasta 330 000 millones de dólares en servicio de la deuda externa.
Más allá de los argumentos más técnicos y sofisticados, las grandes respuestas muchas veces están en los exabruptos. En 2014, el consejero delegado de Bayer, Marijn Dekkers, definió el funcionamiento del mercado de medicamentos de la siguiente manera: «Nosotros no desarrollamos medicamentos para indios. Lo hacemos para pacientes occidentales que puedan pagarlos». Luego pidió perdón y dijo lo contrario, pero el tiempo le ha dado la razón: la maldición de Dekkers, hoy, asola a un continente entero.
Artículo redactado por Jaume Portell.